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1/27/2012
“Hacer las américas”
Castiza frase acuñada hace siglos y que, todavía, mantiene su vigencia. Un zortziko inolvidable la explicaba mejor que el diccionario: “Buscando hacer fortuna como emigrante marchó a otras tierras”. Nótese que no habla de buscar trabajo, de empezar otra vez, sino de hacer fortuna y, además, agrega la canción, “en unos pocos años muy rico he de volver”. Y sigue desentrañando el zortziko el método a seguir: “luchó por el dinero…”. Tampoco menciona el empleo, no habla del ahorro. Habla de lucha.
“Hacer el indio” también es una expresión con siglos de existencia, y no creo que haga falta aclarar quienes hacían de indio y quienes de “indianos”, nombre que recibían los que, ya ricos, volvían a su país de origen. Haciendo las américas fueron estas deshaciéndose hasta convertirse, afirmaba Galeano, en un “archipiélago de patrias bobas organizadas para el desvinculo y entrenadas para desamarse”.
Lo peor, sin embargo, no es que entonces, como escribiera el poeta dominicano Núñez “salieran de palos con nombres de putas: la Niña, la Pinta y… la otra”, lo peor es que sigan saliendo y llegando: El Bribón, el Banco de Santander, Fenosa, Repsol, Iberdrola, Telefónica, Mapfre, el BBVA; lo peor es que desde Europa y el estado español se sigan promoviendo golpes de Estado y aupando regímenes serviles a sus intereses; lo peor es que sigan apoyando gobiernos corruptos que favorezcan sus malditos negocios; lo peor es que se ordene callar a quienes se niegan a seguir haciendo el indio; lo peor es que, todavía, cuando ayuntamientos como el de Azkoitia, por citar un caso, se empeña en destinar un 0,7% de su presupuesto para impulsar algún proyecto de desarrollo en el llamado tercer mundo, haya quien se lo encuentre intolerable.
KOLDO
La huelga de hambre que nunca existió
CRONOPIANDO
El objetivo de una huelga de hambre no es morir en el intento. Morir puede ser la consecuencia pero nunca el objetivo. La razón de ser de una huelga de hambre es la denuncia, llamar la atención, concitar el interés de los medios, de la opinión pública, para convertir la crónica de un ayuno voluntario en una puntual denuncia.
El cubano Orlando Zapata, por ejemplo, murió hace dos años tras 85 días en huelga de hambre cuando, demasiado tarde, vino a descubrir que ya no había retorno para su prolongada dieta, pero durante más de dos meses Zapata fue noticia en todos los grandes medios de comunicación. Quien hasta entonces sólo fuera un común delincuente, ya encarcelado y reconvertido por sus asesores de imagen en preso político, en “disidente”, se hizo presente todos los días en los grandes medios de comunicación cediendo su nombre y su rostro a la denuncia que urdieran sus mentores contra el gobierno cubano: “Santidad intercede por Zapata”, “Trasladan a Zapata a otro hospital”, “Gobierno estadounidense demanda libertad de Zapata”, “Zapata cumple 25 días en huelga de hambre”, “Damas de blanco advierten que Zapata empeora”, “Mejora Zapata”, “Visitan a Zapata familiares”, “Zapata es alimentado a la fuerza”, Zapata ya lleva 50 días en huelga”, “Se agrava el estado de Zapata”, “Zapata se recupera”, “Europa exige a Cuba libere a Zapata y disidentes”, “Zapata podría morir”, “Gobierno español condena régimen castrista y clama por libertad de Zapata”, “Zapata vuelve a ingerir líquidos”, “Zapata insiste en que sean liberados los restantes presos”, “Se manifiestan en Miami por Zapata”… A ocho columnas, en primera página, a grandes titulares, Orlando Zapata abrió todos los informativos de los grandes medios durante los 85 días en que duró su huelga de hambre.
De Wilman Villar, cubano denunciado por violencia machista por su propia familia, y detenido, juzgado y condenado a 4 años por ese y algunos otros cargos, nada supimos durante los supuestos 50 días que pasó en huelga de hambre. Irrumpió en los medios, curiosamente, el mismo día en que murió. Su “huelga” de 50 días comenzó y terminó el mismo día. Ningún Estado, hasta su muerte por neumonía en un hospital cubano, se hizo eco de la denuncia que, en su nombre, urdieron sus socios, los mismos que le habían convencido de que sus posibilidades de evitar la cárcel dependían de convertir el infame delito de agredir a su mujer en el cívico derecho de exigir la democracia.
Ni el Papa ni ningún otro jefe de estado demandó la libertad para Villar. Ninguno de los grandes medios de comunicación, a diferencia del caso Zapata, lo tuvo en sus titulares durante esos pretendidos 50 días de huelga. Ninguna orquestada manifestación frente a las autoridades cubanas se produjo hasta que se anunció la muerte de Villar… simplemente, porque no hubo huelga de hambre, ni preso de conciencia. En todo caso, un condenado por violencia machista que creyó iba a escapar inmune si, como Zapata, aceptaba ser investido como un pacífico demócrata injustamente encarcelado, y la repulsiva manipulación de los hechos a que se dedica la gusanera cubana con la cómplice cobertura de los grandes medios de comunicación. Sólo que, en esta ocasión, la trama estuvo mal urdida y el guión resultó muy deficiente.
KOLDO
Visita al Museo del Hogar (.so to speak )
Bienvenidos al Museo del Hogar. Como probablemente algunos ya sepan, su existencia, y no me refiero al museo sino al hogar, es antiquísima, tanto como la vida humana. Y es que son dos conceptos que siempre han ido de la mano y sería inimaginable suponer a los seres humanos conviviendo al margen de un hogar. Claro que, así como hay muy diversas formas de ser humano, también de no serlo, hogares los hay, y los ha habido, de muy diversas clases. El que nos ocupa y que en los próximos minutos vamos a ir recorriendo para mejor conocer sus instalaciones, dependencias, utensilios, su historia en definitiva, durante muchos siglos fue el más común en Occidente aunque, en la actualidad, sea el único que necesita un museo.
Iniciaremos el recorrido por el Museo del Hogar en su puerta de entrada, en la que también concluiremos la visita, y que no siempre fue también la puerta de salida. Son incontables las personas que una vez dentro del hogar, fuese por miedo o por resignación, nunca llegaron a encontrarla. A otras les sobrevino la muerte, no siempre natural, en el interior de la vivienda. Como pueden advertir en la puerta, tanto su acceso como la huida de la casa dependía de una cerradura para la que, aún en el caso de que todos tuvieran llave, no todos tuvieron hora.
Síganme, por favor.
Nos encontramos ahora en la cocina, espacio en el que una de las personas que integraba el hogar, que acostumbraba a ser la misma, se ocupaba de comprar, almacenar y cocinar los alimentos, así como otras labores domésticas entre las que podrían resaltarse: limpiar, tender la ropa, retirarla y plancharla, recoger, barrer, fregar el suelo, volver a recoger, poner la lavadora, atender el teléfono, seguir recogiendo… y estar en la noche en perfectas condiciones para sobrellevar el sexo.
A nuestra derecha podemos admirar una hermosa colección de instrumentos de cocina. Obsérvese con detenimiento como, a pesar del uso, algunos de los artefactos todavía conservan su brillo natural como consecuencia de la limpieza a que eran sometidos para no exponerse a insultos y recriminaciones, y no me refiero al utensilio sino a la operaria. Nótese, igualmente, además del hermoso diseño de los platos y los bellos adornos florales que coronan la mesa, posiblemente, de un reciente aniversario, algunos restos de piel humana sobre el estropajo.
Situada cerca de la cocina se encontraba la llamada sala de estar, que ocasionalmente hacía las veces de comedor, en la que puede apreciarse, en medio del armario adosado a la pared y como si presidiera la estancia, el objeto de mayor veneración y uso en el hogar: el televisor. Gracias a él se mantenían los hogares a salvo de la lectura y de otras consideradas entonces actividades perniciosas, y evitaban los miembros del hogar el riesgo de encontrarse e, incluso, dialogar, caso de que coincidieran en la sala. Se puede apreciar sobre la pequeña mesita situada entre el televisor y el sofá, el mando a distancia, un periódico y un cenicero, así como un par de chancletas de hombre junto al sofá.
Vamos a entrar ahora en uno de los aposentos más importantes del hogar: la alcoba. Justo en el medio podemos advertir una artística pieza llamada cama. Conocida también como lecho, la cama estaba dedicada a la procreación, el divertimento y el descanso por ese orden. La aparente suciedad de las sábanas se debe, realmente, a restos de sangre y lágrimas debido a que no siempre existía, al parecer, común acuerdo entre los miembros del hogar en lo que se refiere a las dos primeras funciones del mueble.
Junto a la cama, obsérvese el armario en el que se guardaba la ropa y otros útiles del vestuario. En sus correspondientes perchas podemos admirar dos elegantes trajes de noche, así llamados dado que su uso se correspondía con fiestas o salidas nocturnas, en general, muy poco frecuentes, razón por la que el vestido femenino casi parece nuevo, como si nunca se hubiera estrenado. Según otros expertos, sin embargo, las fiestas nocturnas sí llegaban a ser habituales lo que desmentiría el anterior juicio y explicaría, además, el evidente deterioro del traje masculino. Quisiera también llamar su atención sobre esos extraños artefactos, al pie del armario, destinados a calzar los pies. Semejante invención se atribuye a Roger Vivier, un empedernido misógino francés que dedicó parte de su dilatada existencia a idear un método de tortura contra las mujeres hasta dar, finalmente, con el más sutil y eficaz de todos: los tacones. Desde entonces, millones de mujeres se vieron condenadas por modas, circunstancias y vanidades propias a tener que desplazarse sobre estos dos artísticos zancos, sacrificando su movilidad y su salud para mayor regocijo de hombres que, como el propio Vivier, nunca tuvieron que ponérselos. El torturador francés, también considerado diseñador, no conforme con su invención, siguió investigando posibles variaciones, aportando al tacón, años más tarde, un diseño curvo que elevaba su altura y acentuaba el desnivel. Aunque hubo quienes celebraron los aportes de Roger Vivier y que, gracias a ellos, los tacones permitieran a las mujeres realzar sus atractivos contoneos y figuras, otras corrientes de opinión censuraron el hecho de que mujeres de todas las edades y culturas sufrieran inclementes dolores de espalda, padecieran roturas de huesos, desgarros musculares, lesiones renales y varices, así como que, por culpa de los tacones, las mujeres estuvieran inhabilitadas para llegar a tiempo a ninguna parte o poder subir y bajar solas las escaleras sin el auxilio del brazo de un gentil caballero. Si bien es cierto que en la historia del cine los tacones también han sido responsables de que todas las mujeres que huían de algún maníaco, asesino o delincuente acabaran cayendo al suelo al rompérseles un tacón, tanto infortunio, en cualquier caso, nunca tuvo mayor trascendencia ya que el varonil protagonista de la trama, siempre llegaba a tiempo de salvarlas de su proverbial torpeza.
Nos encontramos ahora frente a una ventana desde la que se atisbaba la vida a su paso por la calle. Las marcas que se aprecian a ambos lados del marco corresponden a uñas de mujer, posiblemente, desesperada.
La mecedora que tenemos delante constituye una de las piezas más importantes de este museo. Si observan detenidamente percibirán como la mecedora desarrollaba, todavía lo hace, un agradable vaivén, hacia delante y hacia atrás, que permitía la relajación de su ocupante, generalmente una mujer. Sus múltiples usos hacían de la mecedora uno de los muebles de mayor uso en el hogar. En ella se dormía y se amamantaba a los hijos, se esperaba al esposo, se contenía el llanto, se controlaban los impulsos, se resignaban los ánimos, se cosía la ropa, se penaban las culpas, se oía la radio, se envejecía y, especialmente, se disipaban las lágrimas y dudas que suscitara la ventana.
Sobre el tocador, coronado por un espejo desprovisto de cualquier magia, llamo su atención sobre algunas diversas joyas entre las cuales debe destacarse la pieza más importante de la colección: el anillo de desposada, vínculo de fidelidad y obediencia por el cual la mujer, siempre que guardara la oportuna discreción y recato, era autorizada ocasionalmente a asomarse a la ventana y saludar la vida, tras los cristales.
La habitación de los hijos, también hijas, que pudieran conformar el hogar, en contra de lo que ciertos rumores muy extendidos en aquellos tiempos sugerían, no estaba prohibida al padre ni por credo religioso ni por imperativo legal alguno. Cierto es que no era una habitación que frecuentara como lo prueba, precisamente, la fotografía del padre sobre la mesita de noche, cuya razón de ser no era otra que recordar a los hijos el rostro de quien sólo conocían de espaldas pero, en cualquier caso, lo que estamos en condiciones de afirmar es que nunca le fue prohibido el acceso a una habitación que, a un tiempo, servía a sus hijos de descanso, juego y estudio. Sobre las razones que explicaran semejante conducta paterna hubo muy diversas investigaciones. Algunas determinaron que la inasistencia del hombre a esta habitación se debía al hecho de que no estuviese dotada de televisor. Otros situaron la causa en la falta de una nevera y hasta hubo quien situó en la ley antitabaco la razón por la que el padre casi pasara desapercibido por esta dependencia pero todas coincidieron en descartar la prohibición como causa.
A nuestra derecha tenemos el baño o servicio de la casa. Provisto de un inodoro, una bañera y un lavamanos, satisfacía las necesidades fisiológicas de sus usuarios siempre y cuando no estuviera ocupado y, de estarlo, desde que saliera el marido. Aunque existe la leyenda de que era la mujer quien más hacía uso de esta instalación, existe la creencia de que ello era debido al hecho de que también era la mujer la que más tiempo permanecía en la casa y de que era la única habitación provista de pistillo, lo que podía permitirle, una vez aislada en su interior, llorar sin testigos.
El pequeño armario del baño escondía, igualmente, un amplio arsenal de productos de belleza e higiene para la mujer, que así fueran aceptados por ella o impuestos por el entorno, de su uso y resultados dependía su estima y el respeto del medio. Ungüentos milagrosos que aseguraban la conservación de rostros juveniles a mujeres maduras, cremas suavizantes capaces de erradicar ojeras y disimular arrugas, pastillas para adelgazar, pomadas para depilarse sin dolor, tintes para transformar aspectos que nunca podían ser definitivos, junto a los inevitables analgésicos que aliviaran sus tantos afanes.
Y bien, llegados a la puerta de este hogar damos por terminado nuestro recorrido por lo que años atrás fuera un hogar llamado humano. La dirección de este museo, a la vez que les agradece su visita, también quiere anunciarles el próximo y definitivo cierre de la presente exposición a causa del deterioro de la misma.
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Koldo
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