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10/21/2008

JOSE MARIA HEREDIA/ LITERATURA CUBANA Y POEMAS.



José María Heredia

José María Heredia nació en Santiago de Cuba en 1803.
Su padre era funcionario judicial de la corona, por lo que la infancia del escritor transcurrió en Santo Domingo, la Florida, La Habana, Caracas y México.
En 1823 participó en un movimiento de los "Soles y rayos de Bolívar" por la liberación de Cuba.
A raíz de ello, vivió desterrado, en Estados Unidos. Allí publicó sus poesías, en 1825.
Viajó a México, participó en política, fue secretario del General Santa Anna, actuó como Diputado.
En Toluca, en 1832, hizo la segunda edición de sus Poesías.
Publicó artículos periodísticos.
Regresó a Cuba durante dos meses, y luego volvió a México, donde falleció en 1839.

Entre sus obras se pueden citar:
La prenda de fidelidad
La Melancolía
Oda al Niágara
Oda a una tempestad
Oda al Sol
Calma en el mar
Oda a la Poesía
En el Teocali de Cholula
La Inmortalidad
Oda a los Griegos
Oda a Napoleón
Retrato de mi Madre


Oda al Niagara

Templad mi lira, dádmela, que siento
en mi alma estremecida y agitada
arder la inspiración. ¡Oh!! ¡cuánto tiempo
en tinieblas pasó, sin que mi frente
brillase con su luz!... ¡Niágara undoso;
tu sublime terror sólo podría
tornarme el don divino, que, ensañada,
me robó del dolor la mano impía!
Torrente prodigioso, calma, calla
tu trueno aterrador; disipa un tanto
las tinieblas que en torno te circundan;
déjame contemplar tu faz serena
y de entusiasmo ardiente mi alma llena.

Yo digno soy de contemplarte: siempre
lo común y mezquino desdeñando.
ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracán furioso,
al retumbar sobre mi frente el rayo,
palpitando gocé; vi al Océano,
azotado por austro proceloso,
combatir mi bajel, y ante mis plantas
vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Mas del mar la fiereza,
en mi alma no produjo
la profunda impresión que tu grandeza,

Sereno corres, majestuoso, y luego
en ásperos peñascos quebrantado,
te abalanzas violento, arrebatado,
como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
de la Sirte rugiente
lo aterradora faz? El alma mía
en vago pensamiento se confunde
al mirar esa férvida corriente
que en vano quiere la turbada vista
en su vuelo seguir al borde obscuro
del precipicio altísimo; mil olas,
cual pensamientos rápidos pasando,
chocan y se enfurecen,
y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
y entre espuma y fragor desaparecen.

¡Ved: llegan, saltan! El abismo horrendo
devora los torrentes despeñados;
crúzanse en él mil iris, y asordados
vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
rómpese el agua; vaporosa nube
con elástica fuerza
llena el abismo en torbellino, sube,
gira en torno, y al éter
luminosa pirámide levanta,
y por sobre los montes que le cercan
al solitario cazador espanta.

Mas, ¿qué en ti busca mi anhelante vista
con inútil afán? ¿Por qué no miro
alrededor de tu caverna inmensa
las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
que en las llanuras de mi ardiente patria
nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
y al soplo de las brisas del Océano,
bajo un cielo purísimo se mecen?

Este recuerdo a mi pesar me viene...
Nada ioh Niágara! falta a tu destino,
ni otra corona que el agreste pino
a tu terrible majestad conviene.
La palma y mirto y delicada rosa,
muelle placer inspiren y ocio blando
en frívolo jardín; a ti la suerte
guardó más digno objeto, más sublime.
E! alma libre, generosa, fuerte,
viene, te ve, se asombra,
el mezquino deleite menosprecia,
y aun se siente elevar cuando te nombra

¡Omnipotente Dios! En otros climas
vi monstruos execrables
blasfemando tu nombre sacrosanto,
sembrar error y fanatismo impíos,
los campos inundar con sangre y llanto,
de hermanos atizar la infanda guerra,
y desolar frenéticos la tierra.

Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
en grave indignación. Por otra parte
vi mentidos filósofos, que osaban
escrutar tus rnisterios, ultrajarte.
y de impiedad al lamentable abismo
a los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente,
en la sublime soledad; ahora
entera se abre a ti; tu mano siente
en esta ininensidad que me circunda;
y tu profunda voz hiere mi seno
de este raudal en el eterno trueno.

¡Asombroso torrente!
;Cómo tu vista el ánimo enajena!
y de terror y admiración me llena!
¿Do tu origen está? ¿Quién ferti!iza
por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Que poderosa mano
hace que al recibirte
no rebose en la tierra el Óceano

Abrió el Señor su mano omnipotente;
cubrió tu faz de nubes agitadas,
dió su voz a tus aguas despeñadas
y ornó con su arco tu terrible frente.
Ciego, profundo, infatigable corres,
como el torrente oscuro de los siglos
en insondable eternidad...! Al hombre
huyen así las ilusiones gratas,
os florecientes días,
y despierta al dolor... ¡Ay! agostada
yace mi juventud; mi faz, marchita,
y la profunda pena que me agita
ruga mi frente de dolor nublada.

Nunca tanto sentí como este día
mi soledad y mísero abandono
y lamentable desamor... ¿Podría
en edad borrascosa
sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡Si una hermosa
mi cariño fijase,
y de este abismo al borde turbulento
mi vago pensamiento
y ardiente adrniración acompañase!
¡Cómo gozara viéndola cubrirse
de leve palidez, y ser más bella
en su dulce terror, y sonreirse
al sostenerla mis amantes brazos...
Delirios de virtud... ¡Ay! ¡Desterrado,
sin patria, sin amores,
sólo miro ante mi llanto y dolores!

¡Niágara poderoso!
¡adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años
ya devorado habrá la tumba fría
a tu débil cantor. ¡Duren mis versos
cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
viéndote algun viajero,
dar un suspiro a la memoria mia!
Y al abismarse Febo en Occidente,
feliz yo vuele do el Señor me llama,
y al escuchar los ecos de mi fama,
alce en las nubes la radiosa frente.

EN EL TEOCALI DE CHOLULA
Silva
(Fragmento)

¡Cuánto es bella la tierra que habitaban

los aztecas valientes! En su seno

en una estrecha zona concentrados,

con asombro se ven todos los climas

que hay desde el polo al ecuador. Sus llanos

cubren al par de las doradas mieses

las cañas deliciosas. El naranjo

y la piña y el plátano sonante,

hijos del suelo equinoccial, se mezclan

a la frondosa vid, al pino agreste

y de Minerva al árbol majestuoso.

Nieve eternal corona las cabezas

de Iztacchihual purísimo, Orizaba

y Popocatepec; sin que el invierno

toque jamás con estructora mano

los campos fertilísimos, do ledo

los mira el indio en púrpura ligera

y oro teñirse, reflejando el brillo

del sol en occidente, que sereno,

en hielo eterno y perennal verdura,

a torrentes vertió su luz dorada,

y vio a naturaleza conmovida

con su dulce calor, hervir en vida.


Era tarde: su ligera brisa

las alas en silencio ya plegaba

y entre la hierba y árboles dormía,

mientras el ancho sol su disco hundía

detrás de Iztacchihual. La nieve eterna

cual disuelta en mar de oro, semejaba

temblar en torno de él; un arco inmenso

que del empíreo en el cenit finaba,

como espléndido pórtico del cielo,

de luz vestido y centellante gloria,

de sus últimos rayos recibía

los colores riquísimos. su brillo

desfalleciendo fue; la blanca luna

y de Venus la estrella solitaria

en el cielo desierto se veían.

¡Crepúsculo feliz! Hora más bella

que la alma noche o que el brillante día.

¡Cuánto es dulce tu paz al alma mía!

Hallábame sentado en la famosa

Choloteca pirámide. Tendido

el llano inmenso que ante mí yacía,

los ojos a espaciarse convidaban.

¡Qué silencio! ¡Qué paz! ¡Oh! ¿Quién diría

que en estos bellos campos reina alzada

la bárbara opresión, y que esta tierra

brota mieses tan ricas, abonada

con sangre de hombres, en que fue inundada

por la superstición y por la guerra?...

Oda al huracán


Huracán, huracán, venir te siento
y en tu soplo abrasado
respiro entusiasmado
del Señor de los aires el aliento.
En las alas del viento suspendido
vedle rodar por el espacio inmenso,
silencioso, tremendo, irresistible
en su curso veloz. La tierra en calma
siniestra, misteriosa,
contempla con pavor su faz terrible.
¿Al toro no miráis? El suelo escarba
de insoportable ardor sus pies heridos,
la frente poderosa levantando,
y en la hinchada nariz fuego aspirando
llama la tempestad con sus bramidos!
¡Qué nubes! ¡qué furor! El sol temblando
vela en triste vapor su faz gloriosa,
y su disco nublado solo vierte
luz fúnebre y sombría,
que no es noche ni día
¡pavoroso color, velos de muerte!
Los pajarillos tiemblan y se esconden
al acercarse el huracán bramando,
y en los lejanos montes retumbando
le oyen los bosques, y a su voz responden.
Llega ya... ¿No le veis? ¡Cuál desenvuelve
su manto aterrador y majestuoso!...
¡Gigante de los aires, te saludo!...
En fiera confusión el viento agita
las orlas de tu parda vestidura...
¡Ved!... en el horizonte
los brazos rapidísimos enarca,
y con ellos abarca
cuanto alcanzo a mirar de monte a monte.
¡Oscuridad universal!... ¡Su soplo
levanta en torbellinos
el polvo de los campos agitados!...
En las nubes retumba despeñado
el carro del Señor, y de sus ruedas
brota el rayo veloz, se precipita,
hiere y aterra al suelo,
y su lívida luz inunda el cielo.
¿Qué rumor? ¿Es la lluvia?... Desatada
cae a torrentes, oscurece el mundo,
y todo es confusión, horror profundo.
Cielo, nubes, colinas, caro bosque,
¿Do estáis?... Os busco en vano:
desparecisteis... La tormenta umbría
en los aires revuelve un Océano
que todo lo sepulta...
Al fin, mundo fatal, nos se paramos:
el huracán y yo solos estamos.
¡Sublime tempestad! cómo en tu seno
de tu solemne inspiración henchido,
el mundo vil y miserable olvido
y alzo la frente, de delicia lleno!
¿Do está el alma cobarde
que teme tu rugir?... Yo en ti me elevo
al trono del Señor: oigo en las nubes
el eco de su voz: siento a la tierra
escucharle y temblar. Ferviente lloro
desciende por mis pálidas mejillas,
y su alta majestad trémulo adoro.

HIMNO AL DESTERRADO.

¡Cuba, Cuba, que vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura!
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu sueño feliz!
¡Y te vuelvo a mirar...! Cuán severo,
hoy me oprime el rigor de mi suerte
la opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.

Mas ¿qué importa que truene el tirano?
pobre, sí, pero libre me encuentro.
Sólo el alma del alma es el centro:
¿Qué es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y poscrito me miro,
y me oprime el destino severo;
por el cetro del déspota ibero
no quisiera mi suerte trocar.

¡Dulce Cuba!, en su seno se miran
en el grado más alto y profundo,
las bellezas del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Te hizo el cielo la flor de la tierra;
mas, tu fuerza y destinos ignoras,
y de España en el déspota adoras
al demonio sangriento del mal.

¡Cuba, al fin te verás libre y pura!
Como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores te sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.


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