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4/26/2011

Gonzalo Rojas: hasta siempre*

Las urgencias interrumpen cualquier lectura, para decirle un adios a este magnifico poeta.
picamiel

A los 93 años se apagó ayer la voz de Gonzalo Rojas, uno de los grandes poetas de Chile y de la lengua castellana toda, considerado uno de los pilares de la literatura de aquel país, detrás de los ganadores del Nobel Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Tras haber sufrido un aneurisma en febrero, Rojas entró en una agonía que finalizó ayer cuando su corazón dijo basta, sumiendo al país trasandino en dos días de duelo nacional, decretados por el presidente Sebastián Piñera.

En 2003 obtuvo el premio Cervantes (máximo galardón de la literatura en español) y su última visita a Córdoba fue en mayo de 2008, cuando recibió el título de Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba.

El sol y la muerte

Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.

¿De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,
si he perdido mis ojos?

¿De qué me sirve el mundo?

¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,
y a dormir, y a gozar, si todo se reduce
a palpar los placeres en la sombra,
a morder en los pechos y en los labios
las formas de la muerte?

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado
al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,
y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto
de aquel monstruoso parto.

Hay dos lenguas adentro de mi boca,
hay dos cabezas dentro de mi cráneo:
dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,
dos esqueletos luchan por ser una columna.

No tengo otra palabra que mi boca
para hablar de mí mismo,
mi lengua tartamuda
que nombra la mitad de mis visiones
bajo la lucidez
de mi propia tortura, como el ciego que llora
contra un sol implacable.


De La miseria del hombre, 1948

Rojas tenía "el mejor oído de la poesía española", afirma José Emilio Pacheco
Por Agencia EFE – Hace 1 minuto.
México, 25 abr (EFE).- El poeta mexicano José Emilio Pacheco lamentó hoy la muerte en Santiago de Chile de Gonzalo Rojas (1917-2011), ocurrida a los 93 años, y dijo de él que tenía "el mejor oído de la poesía española".
"Creo que es un grandísimo poeta, alguien muy original, que no se parece a nadie y que tenía el mejor oído de la poesía española, eso creo que es importante", aseguró Pacheco en declaraciones a Efe en Ciudad de México.
Recordó del fallecido bardo que tenía una cualidad que vio también en Octavio Paz (1914-1998), "que es la visión microscópica", misma que le permitía llamar la atención sobre líneas que uno pasa por algo.
También destacó del escritor chileno que le ayudara a admirar mejor la obra de una poetisa como Gabriela Mistral, "y eso se agradece mucho".
"Mi relación es de agradecimiento total con Gonzalo Rojas, por lo que me dio con sus poemas y también con esa amistad y ese apoyo muy raro. Un poeta no va a perder su tiempo con un joven como lo hizo él conmigo" cuando tenía unos 25 años y ambos pasaron una temporada juntos.
Por su parte, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), organismo con funciones de ministerio de Cultura en este país, lamentó el fallecimiento de Rojas, "uno de los más grandes poetas de Chile y de Iberoamérica".
Rojas, Premio Cervantes 2003 y Premio Nacional de Literatura de Chile 1992, era considerado, junto con Nicanor Parra, el poeta chileno más importante en los últimos decenios.
En 1973 el levantamiento armado de Pinochet le sorprendió en La Habana, donde se encontraba como embajador. Desde entonces vivió en el exilio hasta 1979, cuando regresó a su país, gracias a una beca Guggenheim, y allí vivió hasta su muerte.
Gonzalo Rojas no era un autor prolífico. De sus obras destacan: "Transtierro" (1979); "Antología breve", 1980; "50 poemas", 1980; "El alumbrado y otros poemas", 1987; "Antología personal", 1988, y "Materia de testamento".
Su obra ha sido reconocida, entre otros, con el Premio de la Sociedad de Escritores de Chile, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1992, Premio Nacional de Literatura de Chile 1992.
También recibió el Premio José Hernández, otorgado en 1997 por el Gobierno de Argentina, y el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo concedido en México en su primera edición de 1998, y el Cervantes, en 2003.
La obra de Rojas ha sido traducida a varios idiomas y su nombre aparece en gran parte de las antologías literarias del mundo.
Agencia EFE


¿A qué mentirnos?

A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro

Acorde clásico

Al silencio

Asma es amor

Baudeleriana

Carbón

Celia

Carmen Cárminis

Carta del suicida

Carta para volvernos a ver

Cítara mía, hermosa...

Código del obseso

De la liviandad

Del sentido...

Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas...

Dos sillas a la orilla del mar

El fornicio

Enigma de la deseosa

Fax con ventolera...

Instantánea

La concubina

La errata

La loba

La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo...

La piedra

La preñez

La salvación

La sutura

Las hermosas

Las pudibundas

Latín y jazz

Los amantes

Los cómplices

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...

Mariposas para Juan Rulfo

Mnemosyné

Morbo y aura del mal

Muchachas

Olfato

Oriana

Orquídea en el gentío

Oscuridad hermosa

Pareja acostada en esa cama china largamente remota

Pareja humana

Perdí mi juventud en los burdeles...

Playa con andróginos

Qedeshim Qedeshoth

¿Qué se ama cuando se ama?

Renata

Requiem de la mariposa

Retrato de mujer

Tacto y error

Tomad vuestro teléfono...

Tres rosas amarillas

Vocales para Hilda

Puedes escuchar al poeta en: La voz de los poetas
Puedes escuchar algunas de sus poesías en: De viva voz

Volver a: A media voz
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¿A qué mentirnos?

Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni
tropieza, ni vuelve.

¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.

Que en esa tierra hay hueco para todos: los pobres y los ricos.
Porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.

Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,
¡hasta que son la tierra milenaria y primorosa!







A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro

Bésense en la boca, lésbicas
baudelerianas, árdanse, aliméntense
o no por el tacto rubio de los pelos, largo
a largo el hueso gozoso, vívanse
la una a la otra en la sábana
perversa,
y
áureas y serpientes ríanse
del vicio en el
encantamiento flexible, total
está lloviendo peste por todas partes de una costa
a otra de la Especie, torrencial
el semen ciego en su granizo mortuorio
del Este lúgubre
al Oeste, a juzgar
por el sonido y la furia del
espectáculo.
Así,
equívocas doncellas, húndanse, acéitense
locas de alto a bajo, jueguen
a eso, ábranse al abismo, ciérrense
como dos grandes orquídeas, diástole y sístole
de un mismo espejo.
De ustedes
se dirá que amaron la trizadura.
Nadie va a hablar de belleza.







Acorde clásico

Nace de nadie el ritmo, lo echan desnudo y llorando
como el mar, lo mecen las estrellas, se adelgaza
para pasar por el latido precioso
de la sangre, fluye, fulgura
en el mármol de las muchachas, sube
en la majestad de los templos, arde en el número
aciago de las agujas, dice noviembre
detrás de las cortinas, parpadea
en esta página.








Al silencio

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.







Asma es amor

A Hilda, mi centaura

Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.







Baudeleriana

Astucias que le son y astucias que no le son
dijera Ovidio: los tacones
le son, ojalá altos, lo bestial
visible, los pezones, no importa
lo exiguo del formato, el beso
bien pintado, parisino
el aroma, azulosos
sin exceso los párpados, sigiloso
el zarpazo drogo y longilíneo
de su altivez, visionario
el fulgor, especialmente eso, visionario el fulgor.

Y claro, áureos los centímetros
ciento setenta del encanto
del tobillo a las hebras
torrenciales del pelo. -"Piénsese
irrumpe entonces a esa altura Borges con asfixia, ¿quién
sino el Aleph pudiera entera esquiza y
bestia así olfatear, besarla en el hocico,
durarla, perdurarla en su enigma, airearla,
mancharla por lo hondo hasta serla, al galope
tendido del tedio? ¿Quién,
especialmente eso, la hartara?"

Especialmente nada, muchachos, ¡videntes
de otra edad! ¡Borges,
Publio Ovidio!, nada: lo cierto
es que no hay nada, salvo
cada 28, sangre
de parir y ese es el juego. De ahí vinimos viniendo los
poetas malheridos aullando
mujer, gimiendo
hermosura, Eternidad
que no se ve: especialmente eso, muchachos,
que no se ve.

París, Noviembre 2003







Carbón

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.







Carmen Cárminis

-Favor, dónde se fabrican por aquí versos con
hélade y lujuria
para que vibren transparentes?
-Dos
casas más allá pasado ese hueco
donde se ve ese otro hueco de aire con
dalias originales de entonces, ahí
justo a la izquierda doblando
detrás del puente
del que no queda vestigio, ahí mismo a un metro
hay una carpintería etrusca: de ahí
-arterias y mármol, alta, los pies
desnudos- salió la muchacha hace tres mil,
que no ha muerto.

Eso me lo dijo personalmente a mí Catulo en Sirmione
el 95, Garda sul Lago.







Carta del suicida

Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi citara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.







Carta para volvernos a ver

Escrita en el mar, el 25-X-58, entre las 2 y las 5 de la mañana, a bordo del "Laennec",
Navifrance, por la ruta del Atlántico norte. No publicada hasta la fecha.

Lo feo fue quererte, mi Fea, conociendo cuánta víbora
era tu sangre, lo monstruoso
fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena, y olvidar
que eras bestia, y no a besos sino a cruel mordedura
te hubiera, en pocos meses, lo vicioso y confuso
descuerado, y te hubiera en la mujer más bella ¡por Safo! convertido.

Porque, vistas las cosas desde el mar, en el frío de la noche oceánica
y encima de este barco de lujo, con mujeres francesas y espumosas,
y mucha danza, y todo, no hay ninguna
cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor
antes de ti, después de ti. No hay ojos verdes
que se parezcan tanto a la ignominia.

Ignominia es tu sangre, Burguesilla: lo turbio que te azota por dentro,
remolino viscoso de miedo y de lujuria, corrupción
de todo lo materno que es la mujer. ¡Acuérdate, Malparida, de aquella pesadilla!
No hay trampa que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro
donde se te aparecen de golpe los pedazos de la muerte.

No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, porque el mar
-por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja
como inútil estiércol.
Muerta estás y aun entonces, cuando dormí contigo, dormí con una máquina
de parir muertos. Nadie podrá lavar mi boca sino el áspero océano,
Mujer y No-mujer, de tu beso vicioso.

Lástima de hermosura. Si hoy te falta de madre justo lo que te sobra
de ramera
y de sábana en sábana, desnuda, vas riendo
y sin embargo empiezas a llorar en lo oscuro cuando no te oye nadie,
es posible, es posible que descubras tu estrella por el viejo ejercicio
del amor, es posible que tanta espuma inútil
pierda su liviandad, se integre en la corriente, vuelva al coro del Ritmo.

Tal vez el largo oleaje de esta carta te aburra, todo este aire solemne,
pero el Ritmo ha de ser océano profundo
que al hombre y la mujer amarra y desamarra
nadie sabe por qué y, es curioso, yo mismo
no sé por qué te escribo con esta mano, y toco
tu rara desnudez terrible todavía.

No hablemos ya de mayo ni de junio, ni hablemos
del gran mes, mi Amorosa, que construyó en diamante tu figura
de amada y sobreamada, por encima del cielo, en el volcán
de aquel Chillán de Chile que vivimos los dos, y eternizamos,
silenciosos, seguros de ser uno en el vuelo.

No. Bajemos de ahí, mi Sangrienta, y entremos al agosto mortuorio:
crucemos los horribles pasadizos
de tus vacilaciones, volvamos al teléfono
que aún estará sonando. Volemos en aviones a salvar
los restos de Algo, de Alguien que va a morir, mi Dios, descuartizado.

Digamos bien las cosas. No es justo que metamos a ningún Dios en esto.
Cínicos y quirúrgicos, los dos, los dos mentimos.
Tú, la más Partidaria de la Verdad, negaste la vida hasta sangrar
contra la Especie (¿Es mucho cinco mil cuatrocientas criaturas por hora...?)
Los dos, los dos cortamos las primeras, las finas
raíces sigilosas del que quiso venir
a vemos, y a besamos, y a juntamos en uno.

Miro el abismo al fondo de este espejo quebrado, me adelanto a lo efímero
de tus días rientes y otra vez no eres nada
sino un color difícil de mujer vuelta al polvo
de la vejez. Adiós. Hueca irás. Vivirás
de lo que fuiste un día quemada por el rayo del vidente.

Mortal contradictorio: cierro esta carta aquí,
este jueves atlántico, sin Júpiter ni estrella.
No estás. No estoy. No estamos. Somos, y nada más.
Y océano,
y océano,
y únicamente océano.






Celia

1
Y nada de lágrimas; esta mujer que cierran hoy
en su transparencia, ésta que guardan
en la litera ciega del muro
de cemento, como loca encadenada
al catre cruel en el dormitorio sin aire, sin
barquero ni barca, entre desconocidos sin rostro, ésta
es
únicamente la
Única
que nos tuvo a todos en el cielo
de su preñez.
Alabado
sea su vientre.

2
Y nada, nada más; que me parió y me hizo
hombre, al séptimo parto
de su figura de marfil
y de fuego,
en el rigor
de la pobreza y la tristeza,
y supo
oír en el silencio de mi niñez el signo,
el Signo
sigiloso
sin decirme
nunca
nada.
Alabado
sea su parto.

3
Que otros vayan por mí ahora
que no puedo, a ponerte
ahí los claveles
colorados de los Rojas míos, tuyos,
hoy
trece doloroso de tu martirio,
los
de mi casta que nacen al alba
y renacen; que vayan a ese muro por nosotros, por Rodrigo
Tomás, por Gonzalo hijo, por Alonso; que vayan
o no, si prefieren,
o que oscura te dejen
sola,
sola con la ceniza
de tu belleza
que es tu resurrección, Celia
Pizarro,
hija, nieta de Pizarros
y Pizarros muertos, Madre;
y vengas tú
al exilio con nosotros, a morar como antes en la gracia
de la fascinación recíproca.
Alabado
sea tu nombre para siempre.






Cítara mía, hermosa...

Cítara mía, hermosa
muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales desnudos.

Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane
la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
para que el mismo Dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.







Código del obseso

1) Busco un pelo; entre lo innumerable de este Mundo
busco un pelo
disperso en la quebrazón, longilíneo
de doncellez correspondiente a grande figura
de muchacha grande, pies
castísimos con uñas pintadas
por el rey, airosos los muslos
de la esbeltez dual, en ascenso
más bien secreto, de pubis
a axila, a cabellera
torrencial tras lo animal del número
ronco de ser, busco un pelo

2) espléndido de mujer
espléndida, clásica,
músico
de tacto preferiblemente intrépido
de Boticelli, áureo
y corrupto de exactitud, castaño
de fulgor, finísimo, de alto a
bajo busco un pelo

3) unigénito, seco de aroma,
entre el aire y el descaro
del aire, ni rey
a remolque de esta invención, ni tamaña concubina
venusina, flaco
y cínico:
-Galaxias
no me quiten el sol. Pajar del cielo:
lo que busco es un pelo.








De la liviandad

Volviendo sobre una línea de Cortázar, las mujeres
cómo recaen. Man Ray
hizo la foto: lomo largo
con todas las vértebras preciosas a la vista y ella cayendo
flexible en el encantamiento, flaca
la pelirroja, lista
para la otra pasarela del placer, los tirantes
por allá, las medias disparadas, y algo más lejos
en la otra punta de la alfombra los dos
zapatos altísimos sin nadie muertos de amor, tristísimos
y viudísimos de ella pidiéndole frenéticos que no,
que su cuerpo blanco no, que no se entregue
a la usurpación, que vuelva
como en el tango, que
no. -Cierren
finas las cortinas.







Del sentido

Muslo lo que toco, muslo
y pétalo de mujer el día, muslo
lo blanco de lo traslúcido, U
y mas U, y mas y más U lo último
debajo de lo último, labio
el muslo en su latido
nupcial, y ojo
el muslo de verlo todo, y Hado,
sobre todo Hado de nacer, piedra
de no morir, muslo:
leopardo tembloroso.







Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas...

Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta, una ráfaga
de arcángel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.







Dos sillas a la orilla del mar

La abruma a la silla la libertad con que la mira
la otra en la playa, tan adentro
como escrutándola y
violándola en lo abierto
de la arena sucia al amanecer, rotas las copas
de ayer domingo, la abruma
a la otra
la una.

Palo y lona son de cuanto fueron
anoche en el festín, palo y lona
las dos despeinadas que a lo mejor bailaron blancas
y bellísimas hasta que la otra
comió en la una y la una
en la otra por liviandad y vino Zeus
y las desencarnó como a dos burras
sin alcurnia y ahí mismo
las filmó hasta el fin del Mundo tiesas, flacas,
ociosas.







El fornicio

Te besaré en la punta de las pestañas y en los pezones,
te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tacara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis... ¿Qué más
te dijera por dentro?
¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?

Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar las esferas
estallantes como Pitágoras,
te lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
para el sol,
fálicamente mía,
¡te amara!







Enigma de la deseosa

Muchacha imperfecta busca hombre imperfecto
de 32, exige lectura
de Ovidio, ofrece: a) dos pechos de paloma,
b) toda su piel liviana
para los besos, c) mirada
verde para desafiar el infortunio
de las tormentas;
no va a las casas
ni tiene teléfono, acepta
imantación por pensamiento. No es Venus;
tiene la voracidad de Venus.







Fax con ventolera...

Fax con ventolera
y una rosa, hoy
salió de esto Rojas
-Gonzalo como le pusieron en el agua-, iba solo, no hay
epitafio que escribir en cuanto a su suerte, ni
cuerpo que respirar, escasamente
se dirá de él que vino
rápido y ha salido,
que ya no está entonces, que
no hay estrellas para él, que carnalmente
va encima del vidrio que lo encarcela una rosa
a modo de instrumento de perdición, que ha salido
y eso es todo.







Instantánea

El dragón es un animal quimérico, yo soy un dragón
y te amo,
es decir amo tu nariz, la sorpresa
del zafiro de tus ojos,
lo que más amo es el zafiro de tus ojos;

pero lo que con evidencia me muslifica son tus muslos
longilíneos cuyo formato me vuela
sexo y cisne a la vez aclarándome lo perverso
que puede ser la rosa, si hay rosa
en la palpación, seda, olfato

o, más que olfato y seda, traslación
de un sentido a otro, dado lo inabarcable
de la pintura entiéndase
por lo veloz de la tersura
gloriosa y gozosa que hay en ti, de la mariposa,

así pasen los años como sonaba bajo el humo el célebre
piano de marfil en la película; ¿qué fue
de Humphrey Bogart y aquella alta copa nórdica
cuya esbeltez era como una trizadura: qué fue
del vestido blanco?

Décadas de piel. De repente el hombre es décadas de piel, urna
de frenesí y
perdición, y la aorta
de vivir es tristeza,
de repente yo mismo soy tristeza;

entonces es cuando hablo con tus rodillas y me encomiendo
a un vellocino así más durable
que el amaranto, y ahondo en tu amapola con
liturgia y desenfreno,
entonces es cuando ahondo en tu amapola,
y entro en la epifanía de la inmediatez
ventilada por la lozanía, y soy tacto
de ojo, apresúrate, y escribo fósforo si
veo simultáneamente de la nuca al pie
equa y alquimia.







La concubina

1. Éste es el diálogo último: hasta aquí
estoy oyendo el remezón de tu risotada
con emputecimiento y todo,
en la guerra
se gana o se pierde y yo perdí,
y tú perdiste igual, no hay pelitos recónditos
que suavicen el enigma: útero es útero y falo es falo, no hay
aura ni distinción, ni mucho menos Danza,
haces tu número
en la feria y te vas, todo es comercio de hombre
y de mujer, no hay pelitos recónditos y uno es todos sus animales
a la vez y por lo visto quién engaña a quién, ésta es la bestia
-tú y yo- que somos.

2. De esto se pare y se muere, la guerra es ésta,
dejemos los sentidos para ocasiones más
olorosas, el beso lo dejemos para el dialecto
delicado y
concubino, ésta es la fiereza, mi rey, acuéstese
de una vez en este hueco de placer:
de ahí saldrá más entero

3. que de adentro de su madre. Usted es un arrepentido
y un lastimado, lo que no corresponde a un rey
por mucho que haya engendrado en cuanto rey tan alta dinastía:
tres semanas de arrullo bastan, lo que le falta a usted
es cuchillo y sangre de cuchillo para cortar abajo
el tajo,
de la putrefacción a la ilusión.







La errata

Señores del jurado, ahí les mando de vuelta en
automóvil nupcial a esa mujer
que no me es, escasa
de encantamiento, puro pelo
ronco abajo, ahí van
las dos ubres testigas ya usadas
por múltiple palpación
sucia de otras neutras de su especie
que no dan para calipigias, la errata
fue el chorro kármico, la vileza
de esas dos noches en mis sábanas, ahí también
van las dos sábanas coloradas de vergüenza, incluyo
por último 3 o 4 rosas blancas,
pónganlas
en el florero de vidrio por mera distinción
a la fragancia mortuoria. Avísenme
si fue Zeus el que hiló la torcedura
de ese hilo o no más la Parca. Firmado:
Calímaco.







La loba

Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un ángel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.

Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.

Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos, completamente solos.

Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.

Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.







La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo...

La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo
la palabra placer
cayendo del destello de tu nuca, fluyendo
blanquísima por lo vertiginoso oloroso de
tu espalda hasta lo nupcial de unas caderas
de cuyo arco pende el Mundo, cómo lo
músico vino a ser marmóreo en la
esplendidez de tus piernas si antes hubo
dos piernas amorosas así considerando
claro el encantamiento de los tobillos que son
goznes que son aire que son
partícipes de los pies de Isadora
Duncan la que bailó en la playa
abierta para Serguei
Iesénin, cómo
eras eso y más para mí, la
danza, la contradanza, el gozo
de olerte ahí tendida recostada en tu ámbar contra
el espejo súbito de la Especie cuando te vi
de golpe, ¡con lo lascivo
de mis dedos te vi!
la arruga errónea, por decirlo, trizada en
lo simultáneo de la serpiente palpándote
áspera del otro lado otra
pero tú misma en
la inmediatez de la sábana, anfibia
ahora, vieja
vejez de los párpados abajo, pescado
sin océano ni
nada que nadar, contradicción
siamesa de la figura
de las hermosas desde el
paraíso, sin
nariz entonces rectilínea ni pétalo
por rostro, pordioseros los pezones, más
y más pedregosas las rodillas, las costillas:
-¿Y el parto, Amor, el
tisú epitelial del parto?

De él somos, del
mísero dos partido
en dos somos, del
báratro, corrupción
y lozanía y
clítoris y éxtasis, ángeles
y muslos convulsos: todavía
anda suelto todo, ¿qué
nos iban a enfriar por eso los tigres
desbocados de anoche? Placer
y más placer.
Olfato, lo primero el olfato de la hermosura, alta
y esbelta rosa de sangre a cuya vertiente vine, no
importa el aceite de la locura:
-Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma...







La piedra

Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.

Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento cerebral
al ritmo
de donde vino llameada
y apagada, habrá visto
lo no visto con
los otros ojos de la música, y
así, con mansedumbre, acostándose
en la fragilidad de lo informe, seca
la opaca habráse anoche sin
ruido de albatros contra la cerrazón ido.

Vacilado no habrá por esta decisión
de la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca nadie
porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
en la excrecencia de una opacidad
que más bien las enfría ahí al tacto como nubes
neutras, amorfas, sin lo airoso
del mármol ni lo lujoso
de la turquesa, ¡tan ambiguas
si se quiere pero por eso mismo tan próximas!

No, vacilado no; habrá salido
por demás intacta con su traza ferruginosa
y celestial, le habrá a lo sumo dicho al árbol: -Adiós
árbol que me diste sombra; al río: -Adiós
río que hablaste por mí; lluvia, adiós,
que me mojaste. Adiós,
mariposa blanca.

Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.







La preñez

Hembra que brama mea amor
hermoso y entra en Dios, animaliza
y aceita el seso de su hombre
torrencial encima, lo
olorosamente aparta

y no lo besa más con beso de hembra
que brama, hasta la otra
gran fecha ensangrentada y
tántrica,

Dios
quiere dioses, llueve
lluvia,
interminablemente llueve lluvia.







La salvación

Me enamoré de ti cuando llorabas
a tu novio, molido por la muerte,
y eras como la estrella del terror
que iluminaba al mundo.

Oh cuánto me arrepiento
de haber perdido aquella noche, bajo los árboles,
mientras sonaba el mar entre la niebla
y tú estabas eléctrica y llorosa
bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento
de haberme conformado con tu rostro,
con tu voz y tus dedos,
de no haberte excitado, de no haberte
tomado y poseído,
oh cuánto me arrepiento de no haberte
besado.

Algo más que tus ojos azules, algo más
que tu piel de canela,
algo más que tu voz enriquecida
de llamar a los muertos, algo más que el fulgor
fatídico de tu alma,
se ha encarnado en mi ser, como animal
que roe mis espaldas con sus dientes.

Fácil me hubiera sido morderte entre las flores
como a las campesinas,
darte un beso en la nuca, en las orejas,
y ponerte mi mancha en lo más hondo
de tu herida.

Pero fui delicado,
y lo que vino a ser una obsesión
habría sido apenas un vestido rasgado,
unas piernas cansadas de correr y correr
detrás del instantáneo frenesí, y el sudor
de una joven y un joven, libres ya de la muerte.

Oh agujero sin fin, por donde sale y entra
el mar interminable
oh deseo terrible que me hace oler tu olor
a muchacha lasciva y enlutada
detrás de los vestidos de todas las mujeres.

¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé
de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?
¿Por qué no te preñé como varón
aquella oscura noche de tormenta?







La sutura

Piedad entonces por la sutura de su vientre:
a usted la conocí bíblicamente
allá por marzo del 98 en la ventolera
de algún film de antes, ciego y torrencial
a lo Joan Crawford,
las cejas en arco,
cierta versión eléctrica de los ojos,
el camouflage del no sé,
el hechizo esquizo,
el sollozo de una mujer llamada usted
que aún, pasado los meses,
se parece a usted en cuanto a aullido secreto
que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y será siempre usted,
mi hembra hembra,
mi Agua Grande
a la que los clínicos libertinos
llaman con liviandad Melancolía,
como si el tajo de alto abajo no fuera
lo más sagrado de ese láser incurable
que es el amor con aroma de laúd,
y no le importe que las rosas
bajo el estrago del verano
que le anden diciendo por ahí fea
o Arruga,
ríase, huélalas desde su altivez,
métase con descaro en lo más adúltero
de mis sábanas como está escrito
y conste que fue usted la que saltó por asalto
el volcán, y no lo niegue,
ándele airosa entonces pero sin llorar,
equa mía,
la Poesía no le sirve, Lebu mata,
mi posesa flaca de anca,
mi esdrújula bellísima de 50 kilos,
vuélele, no se me emperre en ese inglés metalúrgico
de corral,
todo entre nosotros no pasó de mísera ráfaga telefónica
que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa ráfaga.
Lacán el rey se lo diría igual: ándele,
vuélele paloma casi en mexicano,
no le transe a la depre,
báñese en alquimia espontánea,
tire la fármaca a la basura,
eso engorda,
déjese de drogas,
de analistas, de concupiscencia nicotínica,
y si está loca vuélvase más loca,
baile en pelotas como la muerte,
apréndale a la Tierra que baila así,
¡y eso que el sol exige la traslación!
Bueno y, para cerrar, si su juego es irse
váyase a otro seso menos diabólico,
elija: culebra, por ejemplo,
¿no le da para culebra?
Eva comió culebra como usted dos veces:
ahí ve cómo va la Especie desde entonces,
cómo se arrastra pendenciera
pidiéndole perdón a las estrellas
por haber parido peste,
¡puro border-line y miedo,
y rosas, dos rosas venenosas!
¿no cree usted?
¿quién tiene la culpa si nunca hubo culpa?
Preferiblemente cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de vértebras
que es usted y,
baile ahí pendular en el vacío
unos diez minutos,
a ver qué pasa con el estirón,
para crecimiento y escarmiento.








Las hermosas

Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel a los vestidos,
turgentes, desafiantes, rápida la marea,
pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
y echan su aroma duro verdemente.

Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas
ni arcángeles: muchachas del país, adivinas
del hombre, y algo más que el calor centelleante,
algo más, algo más que estas ramas flexibles
que saben lo que saben como sabe la tierra.

Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería
de ojos azules y otras llamaradas urgentes en el baile
de las calles veloces. Hembras, hembras
en el oleaje ronco donde echamos las redes de los cinco sentidos
para sacar apenas el beso de la espuma.







Las pudibundas

Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos allí libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.







Latín y jazz

Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.

Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!







Los amantes

París, y esto es un día del 59 en el aire.
Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche
dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable.

París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta.
Todo es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio
en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos.
De trenes y más trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses,
y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre.

París, y esto el oleaje de la eternidad de repente.
Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides
de escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos,
y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche,
y este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo.

París, y vamos juntos en el remolino gozoso
de esto que nace y nace con la revolución de cada día.
A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los meses de tu sangre,
y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la hermosura
de tu preñez, y toco claramente el origen.







Los cómplices

Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.







Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure
en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá
en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

De “Contra la muerte”







Mariposas para Juan Rulfo

Cómo fornicarán felices las mariposas en
el césped oliendo
de aquí para allá a Dios sin
que vaca alguna muja encima de
su transparencia, jugando a jugar
un juego vertiginoso a unos pasos
blancos del cementerio con el mar
del verano zumbando allá abajo ocio y
maravilla.

Rulfo habrá soplado en ellas tanta
locura, Juan Rulfo cuyo Logos
fue el del Principio; les habrá dicho: -Ahora, hijas,
nos vamos de una vez
del páramo.

¿Y ellas? Ahora ¿qué harán
ellas sin Juan que cortó tan lejos
más allá de Comala en caballo único tan
invisible? ¿bailarán, seguirán
bailando para él por si vuelve, por
si no ha pasado nada y de repente
estamos todos otra vez?

Por mi parte nadie va a llorar, ni
mi cabeza que vuela ni la otra
que no duerme nunca. Se ha ido
y se acabó, nadie
corre peligro así acostado oyendo
los murmullos aleteantes.
-Con tal
de que no sea una nueva noche.







Mnemosyné

3 meses entré en la mujer aérea, en un servicio
gozoso, carta a carta, 3
la olfateé desnuda en cada pétalo contra
los motores, me envicié
de aceite, compuse palomas
palpitantes en loor
de un ritmo blanco encima
de los diez mil hasta la asfixia-crucero y
dos pezones, ya se sabe: gran rapto
por Júpiter, de un Heathcliff
ya viejo, de una Catherine
a media lozanía,
de qué,
de quién, de cuál hermosura,
tres
que no sé meses de qué la bese, la entré
tartamudeante, la anduve, me hice tobillo
de sus tobillos todo Buenos Aires.







Morbo y aura del mal

He cultivado mi histeria con placer y terror,
ahora tengo siempre vértigo, y hoy, 23 de enero de 1862,
he padecido una advertencia: he sentido revolotear sobre mí
el aire del ala de la imbecilidad. Ch. B.

Del treponema pallidum que hizo estragos en las estrellas -Nietzsche,
Hiperión
y otros pastores del abismo- habrá
diez volúmenes en la ventolera de las lenguas, con
o sin ideogramas, la versión
de los Septuaginta dice producto
del sol, concupiscencia
dice la Vulgata,
lo bueno
agrega por su parte Baudelaire es que al alma no le da sífilis,
al cerebro le da
por comercio directo con la hermosura.







Muchachas

Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta, una ráfaga
de arcángel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.







Olfato

Hombre es baile, mujer
es igualmente baile, duran
60, tiran
diez mil
noches,
echan 10
hijos y en cuanto
al semen ella
se lava el corazón
con semen, huele a los hijos,
a su hombre remoto lo
huele con nariz caliente, ya difunto.

Con nariz de loca lo huele.







Oriana

1.Ahora ahí los ojos, los dos ojos de Oriana
esquiza y órfica, la nariz
de hembra hembra, la boca:
os-oris en la lengua madre de cuya vulva genitiva vino el nombre
de Oriana, las orejas
sigilosas que oyeron y callaron los enigmas, el ángulo
facial, el pelo
bellamente tomado hacia atrás, sin olvidar sus manos
fuertes y arteriales de remera de lujo en la carretera y esa gracia
cartaginesa, finamente veneciana, cortando pericoloso el oleaje
contra el infortunio torrencial, ahora
y en la hora de mi muerte Oriana

2. ahí, traslúcida, con además
sus cuarenta y nueve que me son
flexiblemente diecinueve por lo fenomenal
del espinazo y qué me importan las estrellas
si no hay más estrella que Oriana, ahora allí
con su decoro y esa sua eleganza, por decirlo en italiano, adentro
de la turbulencia del mosquerío que será siempre la ordinariez, llámese
casamiento o cuento de burdel, con chancro y todo, y rencor,
y pestilencia seca del rencor,

3. (¡cólera, a callar!), y otra cosa menos abyecta: ni soy
Heathcliff feo como soy ni ella Catherine
Earnshaw pero el espejo
es el espejo y Cumbres Borrascosas sigue siendo el único
éxtasis: o vivir
muerto de amor o marcharse del planeta. De ahí
que todo sea Oriana: el Tiempo
que apenas dura tres segundos sea Oriana, la luna
sobre la nieve sea Oriana, Dios
mismo que me oye sea Oriana,

4. sólo que hoy no está. A veces
está pero no está, no ha venido, no ha
llamado por el teléfono, no anda
por aquí, estará fumando qué sé yo uno de esos 50
cigarrillos en los que le gusta arder, total
le gusta arder y qué más da, se nace para podrirse, o
para preferiblemente quemarse, ella se quema
y la amo en su humo de Concepción a Chillán de Chile,
¡los pavorosos cien kilómetros
cuchilleramente cortantes!, me
atengo entonces a su figura que no hay, y es un viernes
por ejemplo de algún agosto
que no hay y la constelación de los violines
de Brahms puede más que la lluvia, y el caso
es que el mismísimo Pound la hubiera adorado, por
loca la hubiera idolatrado a esta Oriana
de Orión en un sollozo
seco de hombre la hubiera cuando no hay
Rapallo, la
hubiera cuando no hay, y
sigue la lluvia, y las
espinas, y
además está sucio este compáct, no suena,
porque el zumbido mismo no suena, o
suena al revés, o
porque casi todo es otra cosa y
el pordiosero soy yo, y qué voy a hacer
con tanto libro, con
tanta casa hueca sin ella y esta música
que no suena.
Llamará
el día de mi muerte llamará.



II
Piedad entonces por la sutura de su vientre: a usted
la conocí bíblicamente allá por marzo
del 98 en la ventolera de algún film
de antes, ciego y
torrencial a lo Joan Crawford, las cejas
en el arco, cierta versión eléctrica de los ojos, el camouflage
del no sé, el hechizo
esquizo, el sollozo
de una mujer llamada usted
que aún, pasados los meses, se parece a usted en cuanto a aullido
secreto que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y será siempre usted, mi hembra hembra, mi
Agua Grande a la que los clínicos libertinos
llaman con liviandad Melancolía, como si el tajo
de alto abajo no fuera lo más sagrado
de ese láser incurable que es el amor
con aroma de laúd, y no le importe que las rosas
bajo el estrago del verano le anden diciendo por ahí fea y
Arruga, ríase, huélalas desde su altivez, métase
con descaro en lo más adúltero
de mis sábanas como está escrito y conste que fue usted
la que saltó por asalto el volcán, y no lo niegue, ándele airosa
entonces pero sin llorar, equa mía, la
Poesía no le sirve, Lebu mata, mi
posesa flaca de anca, mi
esdrújula bellísima de 50 kilos, vuélele, no
se me emperre en ese inglés metalúrgico
de corral, todo
entre nosotros no pasó de mísera
ráfaga telefónica que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa ráfaga. Lacán el rey
se lo diría igual: ándele, vuélele paloma
casi en mexicano, no
le transe a la depre, báñese
en alquimia espontánea, tire
la fármaca a la basura, eso engorda, déjese
de drogas, de analistas, de
concupiscencia nicotínica, y si está loca
vuélvase más loca, baile
en pelotas como la muerte, apréndale a la Tierra
que baila así, ¡y eso que el sol le exige traslación! Bueno
y, para cerrar, si su juego es irse váyase
a otro seso menos diabólico, elija:
culebra, por ejemplo, ¿no le da para culebra? Eva
comió culebra como usted dos veces: ahí ve
cómo va la Especie desde entonces, cómo
se arrastra pendenciera pidiéndole perdón a las estrellas por
haber parido peste, ¡puro border-line
y miedo, y rosas, dos
rosas venenosas!, ¿no cree usted? ¿quién
tiene la culpa
si nunca hubo culpa? Preferiblemente
cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de vértebras que es usted
baile ahí pendular en el vacío unos diez
minutos, a ver qué pasa
con el estirón, para crecimiento
y escarmiento:



III
A otro con mujer umbilical así: tranca
del no sé, fulgor y nicotina hasta las pestañas, humo
y humo, a otro
que transe, yo no transo
ni voy a canjear ante los dioses encanto por llanto.
Patética pide cosmética. Vacío
exige hombremente vacío.

A elegir, madame: o el frenesí
y el éxtasis del amour
fou que es el único amor
que habrá habido sobre la tierra, o
la raja seca de la higuera
maldita.

Ay, lo culébrico
de la situación, no es que la vulva
misma sea culebra, ni el hueso
de la esbeltez sea culebra, lo culebrón
hasta el desgarrón es el argumento
de la obra: una madre-hermosura, dos
infanto-fijaciones amarradas a la hermosura
de la madre, más
los respectivos escondrijos, un
psiquiatra confidente, un
abismo, siempre hay un abismo,
y yo, ¿qué hago yo
que no soy Freud en ese abismo?







Orquídea en el gentío

Bonito el color del pelo de esta señorita, bonito el olor
a abeja de su zumbido, bonita la calle,
bonitos los pies de lujo bajo los dos
zapatos áureos, bonito el maquillaje
de las pestañas a las uñas, lo fluvial
de sus arterias espléndidas, bonita la physis
y la metaphysis de la ondulación, bonito el metro
setenta de la armazón, bonito el pacto
entre hueso y piel, bonito el volumen
de la madre que la urdió flexible y la
durmió esos nueve meses, bonito el ocio
animal que anda en ella.







Oscuridad hermosa

Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.

Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.

Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.







Pareja acostada en esa cama china largamente remota

1. Hablando de dioptrías, Mafalda era la ciega
y yo el ciego, compartíamos
la misma música arterial,
y cerebral, llorábamos de risa
ante el espectáculo de los dos espejos, el dolor
nos hace cínicos, este Mundo
decíamos no es yámbico sino oceánico por comparar
farsa y frenesí: gozosa entonces mi desnuda me
empujaba riente como jugando al límite
del barranco casi fuera de la cama
alta de Pekín, como apostando
a la peripecia de perder de
dinastía en dinastía, cada vez más y más al borde del camastro
de palo milenario y por lo visto nupcial, cada vez
más lejos del paraíso de su costado
de hembra larga de tobillo a pelo entre exceso
y exceso de hermosura y todo, ¡claro! por amor
y más amor, tigresa ella
en su fijeza de mirarme lúcida, fulgor
contra fulgor, y yo
dragón hasta la violación imantante, ¡diez
minutos sin parar, espiándonos,
líquidamente fijos, viéndonos por dentro
como ven los ciegos, de veras, es decir
nariz contra nariz, soplo
contra soplo, para inventarnos otro Uno centelleante
desde el mísero uno de individuo a individua, a tientas,
costillas abajo!- El que más
aguanta es el que sabe menos, pudiera acaso
decir el Tao.
Este Mundo
repetíamos y acabamos sin más
no es yámbico sino oceánico. Otras veces
llovía duro, lo que más llovía
eran lágrimas.
Ma-fal-da, digo ahora entrecortado, y esto
va en serio, ¿qué
habrá sido de Mafalda?

2. Pues de cuantas amé, amé a Mafalda, ¡y que
me despedacen las estrellas!, la amé
volandera en la lluvia de la Diagonal, bufanda al viento,
de una Concepción que yo no más me sé, la esperé
ahí anclado y desollado hasta que volviera
la Revelación cuya encarnación
se da una sola vez, bajé al Infierno
de la costumbre, a
mis años de galeote en USA bajé, entre doctos
y mercaderes, no hubo para mí en el plazo
más que mi Beatrice Villa sin arcancielo, cumbre
y cumbre hasta la asfixia, ni
tersura paridora
al itálico modo, ni otra ni
otra, ni esbeltez comparable, ni olorosa
a la velocidad de ser, ni pensamiento
de diamante, ni exacta
de exactitud de mujer, ¡Frida acaso
que fue Diego hasta el fin!

3. Otros la amaron pero yo la vi, otros
la amarán sin alcanzar nunca a verla, otros y otros
dirán que la durmieron entre las sábanas
del placer, nadadora y libertina
en el oleaje de las tormentas, madona
de las siete lunas dirán por despecho, cambiantes cada 28
de sus días terrestres, tornadiza y
veloz, ¡déjenla
intacta como es, que escriba
su bitácora de vuelo interminable para mí, que arda y arda
en mi corazón, que dance
su danza de danzar, libérrima!

4. Y en cuanto a mí, ¿cómo lo diría Matta?, consíguete
una vida de 80 años
porque la vida empieza a los 70,
así al morir
ya se sabe Je m’en fous, Roberto: palabras
perdedoras, puras palabras, vejeces
de palabras malheridas. No hubo tiempo
entre nosotros, nunca hay tiempo
ni distancia, todo es posible
entre dos locos que se ven a cada instante. Relámpago
es lo que hubo esa vez de Concepción de Chile
y nada más que relámpago, figura
de lo instantáneo hubo de lo que pende el Mundo,
y eso está escrito.
La amo,
¿y qué?
Soy el ciego que ama a su ciega.

Viernes 21 de junio,
mes aciago. 1996







Pareja humana

Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo
lirio tronchado
cuando piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan
en su blancura última, dos pétalos de nieve
y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos
y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos
en la luz sanguinaria de los desnudos:
un volcán
que empieza lentamente a hundirse.

Así el amor en el flujo espontáneo de unas venas
encendidas por el hambre de no morir, así la muerte:
la eternidad así del beso, el instante
concupiscente, la puerta de los locos,
así el así de todo después del paraíso:
-Dios,
ábrenos de una vez.







Perdí mi juventud en los burdeles...

Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.

Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.

Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.

Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.

Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.

A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.

Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.

Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.

Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.

No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.







Playa con andróginos

A él se le salía la muchacha y a la muchacha él
por la piel espontánea, y era poderoso
ver cuatro en la figura de estos dos
que se besaban sobre la arena; vicioso
era lo viscoso o al revés; la escena
iba de la playa a las nubes.
¿Qué después
pasó?; ¿quién
entró en quién?, ¿hubo sábana
con la mancha de ella y él
fue la presa?
¿O atados a la deidad
del goce ríen ahí
no más su relincho de vivir, la adolescencia
de su fragancia?

Me besa con lujuria
Tratando de escaparse de la muerte,
Y cuando caigo al sueño se hospeda en mi columna
Vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
Me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
Empollado en la muerte.







Qedeshim Qedeshoth*

Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz belísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
el océano, el amanecer era blanco.

Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
acuérdate del pez.

Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas.

Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso.

Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la
besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.

Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustín
de Hipona que también fue liviano y
pecador en Africa hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo
pecador me confieso a Dios.

* En fenicio: cortesana del templo







¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.







Renata

rojasgonzalo@difícil
la situación
tuya
Ajmátova
Anna Ajmátova

Respuesta a ras de arrullo virtual: entendido
descifrado e-mail hermoso
a escala de amor hermoso fechado
hoy en Monterrey, un beso, ¿dónde
queda Monterrey?

Alabado sea México
porque es esdrújulo como el Hado, por
el gran pétalo convulso
y blanco de tu cuerpo, Renata, arrebatado por
el acorde arterial
del éxtasis, los leones
de Babilonia adentro, por
lo animala trémula cuando
te quedas honda pensando pensamiento, por
los milenios que hablan fenicio, etrusco, maya en
ti, mi una única, de hipotálamo
a pie precioso, sin
Malcolm Lowry, sin
Artaud, sin Lawrence, por
ese violoncello que eres tú y
nada más, por ese río que eres donde los niños
miden el fondo de la transparencia. Alabado,
alabado
porque es esdrújulo como el Hado.

Más claro y ya por último fuera
del ahora, no
se ha vivido, se ha
llorado llanto de nacer, se ha, se habrá
más y más mar nadado
contra el oleaje
embravecido.

No hubo ver, no
se vio, todo lo más que se vio fue un aullido,
desde las galaxias, la oreja
pensó ojo, el ojo
pensó vagido: tú
-paridora- sabes cuánto cuesta.

Por anámnesis, por
desierta memoria sabes cuánto
le cuesta al corazón irse
quitando quereres, cuánto al
estanque donde suelen flotar los cisnes
negros, cuánto
a la propia soledad que ha sido, que
será, cuánta hermosura
le cuesta a la hermosura.

Porque todo es parte,
Renata, todo es parte, tu
figura, tu escritura, esa letra que los dioses
escriben por ti cuando dices su callada
resurrección, tus
muslos, tu risa de repente, la
rugosa realidad que pintó Rimbaud, ese otro
relámpago con R de rey, lo
ensangrentado de ti que anda en mí
arterial, el misterio.

Todo es parte, se es
hombre de mujer, mujer
de hombre, ventolera
de Dios: ánimula
vágula blándula, mortala
de mortal, útero
de la Tierra, atánatos
espérmatos se es, mariposa
y sangre para hilar el pez del
que vinimos viniendo.
-Sigue tú:
el Tao eres tú.







Requiem de la mariposa

Sucio fue el día de la mariposa muerta.
Acerquémonos
a besar la hermosura reventada y sagrada de su pétalos
que iban volando libres, y esto es decirlo todo, cuando
sopló la Arruga, y nada
sino ese precipicio que de golpe,
y únicamente nada.

Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar, entre el aceite y el aullido
de la rueda mortal.
O esto es un juego
que se parece a otro cuando nos echan tierra.
Porque también la Arruga...

O no la guarde nadie. O no nos guarde
larva, y salgamos dónde por último del miedo:
a ver qué pasa, hermosa.
Tú que aún duermes ahí
en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
o, por lo menos, cuándo.







Retrato de mujer

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.







Tacto y error

Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise

arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca,
reseca, por el polvo del deseo,

oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos;
de lo que hubo aquello
no quedas sino tú sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo.







Tomad vuestro teléfono...

Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas, sed sinceros,
decidle la verdad muy al oído.

Llamadla al primer número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os transfigura.,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
descifrando la suerte de la razón, llamadla
hasta que oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.

Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítar

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de su antologia:

La eternidad

Sin tener qué decir, pero profundamente
destrozado, mi espíritu vacío
llora su desventura
de ser un soplo negro para las rosas blancas,
de ser un agujero por donde se destruye
la risa del amor, cuyos dos labios
son la mujer y el hombre.

Me duele verlos fuertes y felices
jurarse un paraíso en el pantano
de la noche terrestre,
extasiados de olerse y acecharse
como los muertos, solos.

"Oh amantes: no durmáis hasta la aurora,
hasta que el sol reemplace vuestra furia
y entre por las cortinas a besaros los ojos.
No durmáis, Juventud, que la Vejez
os espía detrás de la ventana
con su cara invisible".

"No durmáis, proseguid
vuestra lucha, templad
sin cesar vuestras arma seductoras
con el tacto insaciable, con la sed
del primer huracán, a sangre y fuego.
No durmáis. Que el furor
os libre de mis manos asesinas".

"Soy vuestra peste. Soy
el que os sopla al oído la verdad de la tierra,
los designios aciagos:
he perdido mi cuerpo, porque yo soy la voz
de los cuerpos perdidos".

"No durmáis, hasta el sol.
No durmáis, mis hermosos amantes. No escuchéis
las olas del abismo".

Todos me ven y me oyen,
todos me temen, todos los que sufren el tiempo
como una pesadilla indescifrable,
y todos me preguntan quién soy, pero es inútil:
mi máscara es la noche.

El caos

Víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo,
no me lamento de esto ni lo otro.
Sufro, velo y trabajo
como si cada noche tuviera que morirme,
porque debo ganarme la vida para siempre.

En vano me quisiera pasar entre los pechos y las blancas rodillas
descubriendo un tesoro,
sepultado en el blando sopor del desenfreno,
y en vano me aturdiera en el festín
de tanta carne humana.

En vano fuera rey, y en vano fuera Dios,
porque siempre hallaría debajo de mi almohada,
como un aviso de que ya estoy muerto,
un gran charco de sangre.

Ese charco es la sangre de mi madre, mi origen,
que me dice: -¿Qué has hecho con mi sangre?
¿Por qué la has enterrado debajo del placer?
¿Por qué no te la bebes para que te conviertas
a la fiel realidad? ¿Por qué no eres un hombre
tanto en el entusiasmó como en el sacrificio?

-Oh sangre
que me acosas
hasta en mi propio sueño:
tú sola me despiertas con tu aullido.
Tú sola me revelas el abismo en que apoyo
mi cabeza. Tú sola me libras de caer
víctima del desorden que impide el desarrollo de mi mundo en el mundo.

El desorden empieza donde termina el fuego,
y donde empieza el humo,
más allá de las negras cortinas que preservan el inmundo espectáculo,
bajo la ceremonia que agacha la cabeza, bajo el viento litúrgico
del órgano que sopla convirtiendo en arcángeles los vapores espesos;
donde empieza el disfraz, la peste, la piedad
de las leyes humanas y divinas,
en el comercio, en la traición, allí
donde la muerte mete su mano corruptora.

Retrato de la niebla

I

No hay un viento tan orgulloso de su vuelo
como esta neblina volátil
que ahora está cerrando las piedras de la costa,
para que ni las piedras oigan latir su lágrima encerrada.

Oh garganta: libérate en goteantes estrellas:
echa a correr tus llaves a través de los huesos.
Que ruede un sol salado por la costa del día,
por las mejillas de las rocas.
Aparezcan las hebras del sollozo afilado en la espuma.

Niebla: posa tus plumas en la visión vacía
hasta donde las alas físicas de la muerte
abran la tempestad.
Sonámbula, apacienta tus ovejas sin ojos.
Famélica, devora la esencia y la presencia.
Oh peste blanca recostada en la marea.

Oh ánima del suicidio: ¿Quién no ama tus cabellos
perezosos y, al verte, ¿quién no mira su origen?
Neblina de lo idéntico: yo soy eso que soy,
y estoy como un carbón condenado a dormir en mi roca.

Me desvela el espectro de la revelación
debajo de esta blanca telaraña marítima
tejida por la historia de la luz cenicienta:
espina que me impide respirar
debajo de mi lengua.

II

Oh llaga, no sabía
dónde empezaba yo, dónde la tierra.
Me entregaba a mis cielos de niño.
Respiraba en los libros los rosales del mundo.
Me moría de estar con el sol de mi madre en el huerto divino.

Oh lengua,
no sabía
que las rosas son formas del orgullo,
y son sangre viciosa.
Que yo era un animal puro como un cuchillo,
y rajé mi ilusión de un hondo tajo,
y me extasió la hondura
de los cuerpos del vicio.

Oh lengua, navegué bajo de la neblina.
Lo vi todo, bajé las escaleras
del crimen. Liberé fiera cautiva
-la imagen misma de mi fría cólera-,
y la senté al festín de los sacrificados,
y me encerré en la niebla
para verlo
todo.

Oh lengua:
te diría
lo que mis ojos vieron en el éxtasis,
en lo más alto de ese viento frío,
tan lejos de la niebla como próximo al fuego.

Oh lengua: te diría
toda mi vida allí con el sol en mi cuerpo,
en lo más puro de la roca helada,
con un desierto al pie de mi castillo,
con una simple línea bajo mi alma,
como tú, con un número detrás de tu apariencia,
inscrito por el filo del misterio.

Oh lengua: estoy aquí para decirte
-después de mucho ver y errar a solas
por el país lejano del castigo-,
que hoy piso ya mi línea muy amada,
que he tocado las costas de esta línea
nublada por la niebla,
y estoy tocando tierra, y sangre, y esqueleto,
y el vientre de esta línea donde has llorado tú,
con una espina adentro de tu llanto.

Himno a la noche

Eres la solución del sistema solar,
la incógnita resuelta de las ondulaciones
que establece en la tierra y el mar el equilibrio,
la madre de los sueños, donde empieza
toda sabiduría.

Tu cuerpo es el principio y el fin de la belleza,
pues su espiga renace de otra espiga quemada,
y el encanto supremo de la gran posesión
hace sangrar de gozo frenético el vaivén
de tus entrañas convulsivas.

Engañada por todos, y por tu corazón,
tú partiste las sábanas y el pan de tu belleza
con los abominables mercaderes viciosos,
en la ciudad moderna donde el sol es hollín
y un horno la existencia.

Diste la vuelta al mundo por un sol varonil
que te besara duro en la boca y las venas.
Por las plazas de todos los placeres inútiles,
nunca viste la carne y el hueso de los hombres
sino el miedo y la paja.

¿Quién mordió tu pasión? ¿Quién cogió tu cintura?
¿Quién te tumbó en la arena? ¿Qué varón primitivo?
¿Quién te habló con la lengua común del bien y el mal?
¿Quién te sació la sed? ¿Quién te dió la visión
de la ráfaga eterna?

Oh mujer combustible. Ya el tiempo se ha cumplido.
Tú eres la hija del fuego y yo soy tu salvaje.
y yo somos el aura de la videncia. Tú
virgen materia, y yo lucero necesario
para engendrar la poesía.

Duerma pegado a mí tu cuerpo estremecido:
mujer única y múltiple, tocada por la mano
de la sublimidad, oh rústica hermosura.
Semillas somos de la salud de los hombres,
oh memoria perdida.

El viento se aproxima. ¿Pero qué puede el viento
que descifra la consistencia de las rocas
contra ti, contra mí, ciclón del vaticinio?
-Nada. Porque ese viento no es sino el gran fantasma
de lo que el hombre ignora.

La materia es mi madre

La mano del demonio
me hace hablar, me acaricia, me estrangula,
me arranca la comida de la boca, me obliga,
se aprovecha de mí. Me pasea en su palma
como en un trono errante por un libre desierto.

Ay, mi alma poseída
en las afueras del paisaje llora,
como virgen violada que se traga su lengua.

Ahogado en el clamor de su estridencia muda,
con el trastorno de la sed y el hambre
-ya sin color ni sabor mis sentidos-
subo a pedir aire a gritos a las cumbres.

Ay, cuando estoy a punto de volarme y perderme,
la mano de mi madre
me sostiene, me sacia, me oprime, me perdona,
me redime, me saca las espinas. Me mece
en su regazo, porque yo soy el hijo ciego
que pone en pie su sangre.

Yo sé por dónde nace, de qué grietas exhala su destello.
Como empieza a romperse. Con qué dulzura anunciase su gracia.
Cuánto es el gran latido de su prudencia. Qué congoja
la estremece al tocarme por adentro.

A ese golpe, ya nada es imposible. Las piedras se levantan.
Descorren sus visiones las cortinas terrestres.
Del sepulcro, la cara de mi alma se incorpora.
De todos los objetos maná un éter distinto,
como si en esa atmósfera mi madre me pariera
desde el sol de su entraña, donde roe un cangrejo:
oh gran cáncer que pudres
la vertiente y el vino de mis actos.

Yo me como a mi madre en el pan y en el vino.
Oh materia materna.
Tú estás escrita en todas las letras de los árboles.
Tu memoria está escrita en la corteza.
Labrada en roca hermética, en la arena y la playa.
En la ciudad está tu viudez y tu brío.
Tu mano está conmigo en todas partes.
De la abundancia de tu corazón
habla mi boca.

Ahora eres mi hija
ya vuelta inspiración como una nube.

Tú trabajas en mí. Riegas mis árboles. Atiendes
tu labor sin fatiga, ordenándolo todo.
Callada, pero múltiple, preparando mi viaje.
Siempre despierta en un insomnio fúlgido.
Segadora del trigo que sembraste llorando.
Ahora libre en toda tu riqueza.

Mirando el tiempo mío en un día sin tiempo,
tú bebes en mi-copa.

La mano del demonio
me llama desde el árbol de la ciencia.
Me llama por mi número.
Me regala su reino
por un verso de orgullo contra el polvo
del que nací, y al cual retornaré
como mi madre.

Ella está en mí. Yo, en ella. Ambos estamos
dentro de un mismo vientre, reunidos
adentro de las cosas que existen y se mueren
de su existencia, adentro de los árboles,
donde despunta el sol en sus raíces.

Porque si soy el día, ella es la aurora,
ella es la identidad, y yo su idea fija.
Ambos desembocamos en el vientre
de la madre común, estremecida
en su virginidad preñada por el fuego.

Estoy creado en fósforo. La luz está conmigo.
La materia es mi madre.

Soy el pájaro ardiente de negra mordedura
que hace su nido en el pezón de la virgen,
por donde sale la materia
como una vía láctea,
a iluminarme el movimiento de la obscura
mancha solar del solo pensamiento.

A esas ubres estériles, hoy vive amamantando
lo ilusorio de mi naturaleza,
que busca en el carbón la veta de su sangre,
que pide a la tiniebla su ciega dinamita
en el proceso del alumbramiento
de la palabra.

De ese musgo gastado de apariencia difunta,
me nutro como un puerco.

De esos pechos jugados, como naipes marcados,
y vueltos a jugar hasta el delirio
me alimento, me harto, y en ellos me conozco
cómo era antes de ser, cómo era mi agonía
antes de perecer en el diluvio.

Coro de los ahorcados

Si habéis visto una alcoba,
y en ella un lienzo frígido, y a vuestra novia en él,
envejecida y seca por el mórbido estío,
y el vidrio del terror os corta la mirada;
oh ciegas criaturas
ved nuestra cabellera
morada por el nudo. Tocad nuestra garganta
besada por el nudo.
Arrancadnos la lengua.

Si habéis sido testigos
de ese vaho que todo lo suaviza y lo pudre
en alcobas de negro terciopelo,
cuando ante vuestros ojos se os escapa el origen,
y vosotros estáis inclinados y mudos
oliendo alcohol divino, que es esencia materna,
de facciones hundidas, como él evaporadas;
oh sordas criaturas,
gustad, más que esa espuma, nuestra seca agonía
mordida por el nudo. Bebed de nuestra arteria
hinchada por el nudo.
Sufrid su lenta gota.

Si habéis tragado el vidrio
del estertor - la uña de lo blando y profundo-,
y madre y podredumbre son un mismo veneno,
y vosotros lloráis de haber nacido:
malditas criaturas,
miradnos suspendidos
entre el cielo y la tierra,
llenos de espasmo y semen para engendrar el odio
-hijo del nudo-: vednos coronados de asco.
Doblados a la nada por el nudo.

Si el huracán hambriento de vuestra dentadura
ha roído los huesos de la muerte sembrada.
Si habéis partido y vuelto
desde el vientre al sepulcro.
Y si ya el sobresalto vela vuestros sentidos
helados por la sátira de la risa postrera:
pérfidas criaturas,
despertad con nosotros
para reinar mil años por un instante frío
bajo el ojo infernal, que es el ojo del nudo.
Vivid de pie en el trono.

Si no habéis perdonado
al Cadáver Supremo -el ladrón de la noche-,
su robo y su codicia.
Si os habéis rebelado contra su mano augusta.
Si viene vuestra hora;
ved cómo os crece un nudo
alrededor del cuello, cada sol, corredizo.

La trampa bajo el trono,
el horizonte en ruinas;
arrugados, famélicos hasta la eternidad,
tocad dónde comienza vuestro nudo.

Oid crecer las flores debajo del patíbulo
regadas por el semen de la muerte.
Aventad sus semillas para que nadie sepa
dónde comienza el nudo.
Deshojad sus cenizas.

Oh ciegas criaturas.
El sol está morado.
La aurora es una farsa. Desconfiad
del nudo: centinela del gusano.

Naturaleza del fastidio

Ni el pan de la razón ni el pan de locura
ni el pensamiento sólido ni el pensamiento líquido
saben tanto del hombre como el cráneo nublado
por el aburrimiento.

Es un vapor que emana de toda la tristeza
depositada adentro como una nebulosa,
poblada por los blancos microbios de la muerte
como el gas de la asfixia.

Sale a la calle a ver la sombra de su amada,
y sólo ve zapatos por todos los paseos,
rostros picados por la peste, arrugas:
un mundo envejecido.

Sólo se ve a sí mismo fuerte y libre
con su dura corteza de fanático,
asistiendo a la muerte de los otros,
al paso real del tiempo.

Pasan enamorados deseándose eternos,
banqueros llenos del hambre del pobre,
mujeres con las llagas bajo el lujo.
Pasan los infelices.

Ricos, menesterosos, asesinos,
ladrones, pervertidos, todos pasan
con la seguridad de vivir siempre
pasando a mejor vida.

Se oyen los juramentos del amor. El galán
que dice: "Yo me muero por ti", debe matarse,
debe dejar en orden la ropa blanca y negra
que ha de ponerse al irse.

Pero no esté jurando como un perro a la luna.
Todo ha de hacerse ahora que el tiempo está pasando.
Ahora que hay un poco de sol bajo las venas.
Todo ha de hacerse ahora.

El vidente que guarda la muerte en sus pupilas,
todo lo ve más claro bajo el aburrimiento.
Por eso ve detrás de los rostros la nada,
como si fuera un adivino.

Si los huesos terminan en trigo o en carbón,
el pensamiento en cambio se nutre del hastío.
La carrera es difícil. Corramos hasta el fin
para saber qué pasa.

El condenado

Aprovecho mi tiempo descifrando las manchas
de la pared, visión de abortada pintura:
bocas que ven, narices que muerden, sensaciones
vivas bajo la cal, llagas abiertas.

¿Soy yo mismo estampado en este muro,
con mis grandes heridas,
con mis grandes pasiones partidas de alto a bajo,
mis arrugas, mis costras?

Reconozco mis labios en esos agujeros
por donde entran y salen las arañas.
Reconozco mis grandes defectos reunidos
en un solo sepulcro.

Allí están mis errores: mi olfato sin perfume,
mis ojos como huecos, y mis orejas sordas.
Si no hubiera nacido, no sería culpable,
ni me viera en el muro.

¿Soy un hombre clavado en estos metros
de madera y estuco, amortajado?
¿Mas cómo puedo verme si estoy muerto
debajo de estos signos tumultuosos?

¡Oh movimiento libre de las formas,
vivos monstruos sellados en relación confusa
de color y sabor, y lenguas amputadas
para que hable el misterio!

Cavernas, pensamientos carcomidos,
espejos miserables de la ruina del hombre.
Trinidad de los cielos: aquí el vicio,
y el odio, y el orgullo.

Condenado a pan y agua
por descifrar las manchas de este mundo,
veo correr al hombre desde la madre al polvo,
como asqueroso río de comida caliente
que inunda los jardines, los cementerios, todo,
y arrasa con la vida y con la muerte.

El sol es la única semilla

Vivo en la realidad.
Duermo en la realidad.
Muero en la realidad.

Yo soy la realidad.
Tú eres la realidad.
Pero el sol
es la única semilla.

¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo
sino un cuerpo prestado
que hace sombra?

La sombra es lo que el cuerpo
deja de su memoria.

Yo tuve padre y madre.
Pero ya no recuerdo
sus cuerpos ni sus almas.

Mi rostro no es su rostro
sino, acaso, la sombra,
la mezcla de esos rostros.

Tú haces el bien o el mal.
Tú eres causa de un hecho,
pero: ¿eres tú tu causa?

Te dan lo que te piden.
Piden lo que te dan.
Total: entras y sales.

Dejas tu pobre sombra
como un nombre cualquiera
escrito en la muralla.

Peleas. Duermes. Comes.
Engendras. Envejeces.
Pasas al otro día.

Los demás también mueren
como tú, gota a gota,
hasta que el mar se llena.

¿Has pensado en el aire
que ese mar desaloja?

Tú y yo somos dos tablas
que alguien cortó en el bosque
a un árbol milenario.

Pero ¿quién plantó ese árbol
para que de él saliéramos
y en él nos encerráramos?

A ti no te conozco,
pero tú estás en mí
porque me vas buscando.

Tú te buscas en mí.
Yo escribo para ti.
Es mi trabajo.

Vivo en la realidad.
Duermo en la realidad.
Muero en la realidad.

Yo soy la realidad.
Tú eres la realidad.
Pero el sol
es la única semilla.

Descenso a los infiernos

Yo no descanso nunca. Yo no tengo reposo
porque me estoy haciendo y deshaciendo.
Soy la lengua incesante del mar que anuncia el éter y el abismo.

Mi palabra anda en boca de todos los amantes
que descuartizan su alma por los besos
para honrar con su llama la acción de la semilla.

¿Por qué veo a los hombres en catástrofe?
¿Por qué los veo presos
si siempre fueron libres, con las alas cortadas?

¿No soy hijo del hombre? ¿No soy parte del día?
¿No soy sobreviviente de otros ojos vaciados,
ojos que hace mil años se abrieron en el niño
que era mi propio cuerpo?

¿No heredarán mis ojos los hijos de mi canto
hasta hacerse otra vez un niño misterioso
que llorará ante el mar sin poder comprenderlo?

Me paseo furioso,
cortado en dos mitades milenarias,
como el gran mar que tiene dos cabezas erguidas
para mirar arriba y abajo la tormenta.

¿Dónde empieza y termina la pasión de mi cuerpo,
libre de la mentira? ¿Es mi sangre la estrella
del movimiento, sol de doble filo,
en que lo obscuro mata a lo confuso?

Me alimento de sangre.
Por eso estoy hundido,
en esa posición de quien perdió su centro,
la cabeza apoyada en mis rodillas,
como una criatura que vuelve a las entrañas
de millares de madres sucesivas,
buscando en esos bosques las raíces primeras,
mordido por serpientes y pájaros monstruosos,
nadando en la marea del instinto,
buscando lo que soy, como un gusano
doblado para verse.

¿Es la pasión la forma de mi conocimiento?
¿Son mis ojos las manchas
del aire? ¿O es el aire padre de la mentira?

El sol, todo este sol que me desvela al fondo de las últimas formas
con su estallido inexplicable,
me está poniendo ciego de mirar lo perdido.

Yo veo por mis actos mucho más que a través de mis visiones
que mi ceguera es parte de la total videncia,
cuya luz me fascina con sólo obscurecerme
debajo de esos soles ociosos y enredados
que componen los días de este mundo.

Mi obscuridad se sale de madre para ver
toda la relación entre el ser y la nada,
no para hacer saltar el horizonte,
ni para armar los restos de lo que fué unidad,
ni para nada rígido y mortuorio,
sino por ver el método de la iluminación
que es obra de mi llama.

Así vivo en lo hondo de mis cinco sentidos
mil años boca arriba y otros mil boca abajo,
pues necesito entrar a saco en cada cosa,
sembrar allí un volcán y dejarlo crecer
hasta que estalle solo.

Yo no explico las causas como si fueran flores
encima de una mesa llena de comensales,
mientras suena la música.

Oh miseria del hombre,
desde hace miles de años
la mentira es el único cadáver
que contamina el éter de las cosas:
el cadáver sin fin, ese pelo infinito
que aparece en el punta de la lengua.
Ese pelo de muerto que cae de la noche,
nuestro peor cuchillo,
que nos corta los ojos con dulzura.

Me imagino que todos los cobardes
viven de la mentira,
todos esos que buscan
los principios debajo de las piedras,
seres que no son hijos de sus obras
sino esclavos del miedo.

El fuego eterno

Oh dioses
de todas las estrellas:
os habla vuestro amo.

Oh Césares
que descendéis de Venus.
Oid a-vuestro amo.

Soy fuego helado
a fuerza de castigos,
y no me resta
sino la mordedura
del vacío.

Adiós, remordimiento.
Letra. Lepra. Yo puse
mi dedo en vuestra llaga.

Soy el que soy. Por eso
todo se transfigura
a mi leve contagio.

Mi salud es mi vida
y mi muerte; pasión
que se alimenta de sí misma,
como el asco
de su propio misterio.

Mirando a fondo mi retrato,
se me verá inocente
con los ojos saltados
fuera del aire
que me arroja al vacío
por su ventana;
voy y vuelvo
con mi cuerpo al abismo
de los cuerpos.

Soy inocente
de los crímenes
que me imputan
las madres de familia:
el amor no es un coágulo.

Soy inocente
de la miseria de los míseros
que se arrastran
como gusanos hasta el cielo.

La obra de mis manos
se consume
entre cadáveres
totalmente podridos,
que me juzgan
y me condenan
al frío.

Esos jueces que escriben
mi nombre de difunto,
temblarán cuando vean
cara a cara mi rostro.

Todos los hombres
eran jueces.

No supieron oírme
porque estaban rellenos
de alcoholes y nubes,
rellenos
de sí mismos,
sin ombligo, sin madre,
sin un hueso debajo.

Algunos parecían
ausentes.
Era como si nadie
los hubiese parido.

Otros iban felices
arreados en jaurías
de Oriente al Occidente.

Unos y otros buscaban
al hombre, dentro y fuera.
Todos estaban solos.

Y el hombre cada día
era más blando,
y más esclavo
de la tormenta.

Algunos dibujaban
la sombra de las cosas.
Algunos escribían.

Algunos observaban
con un lente el origen,
y enloquecían.

Casi todos vivían
contentos de su suerte
porque no la encontraban.

Pero todos morían.
Todos lloraban. Todos
se deshacían.

Creían en sus dioses.
Llamaban a su muerte
la lucha por la vida.

Engordaban sus pueblos
para mandarlos
a la carnicería

Los vencedores
eran vencidos
por el aburrimiento.

Yo sé que me han amado
puesto
que me han odiado.
Por eso los conozco.
Mi amor los ha cegado.

Yo soy el fuego eterno.
Oh dioses:
soy
vuestro amo.

Carta del suicida

Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.

El polvo del deseo

Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca
reseca, por el polvo del deseo:

Oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Allá abajo los barcos me esperan. Con su ruido
me estoy partiendo de todas las cosas,
de tu carácter y de tu belleza.

Me estoy partiendo de eso que eres tú
hoy que tu cuerpo sabe a quemadura
y se te escapa el fuego por la herida.

De eso me estoy partiendo, y empiezo a despegar
con la primera luz, cortando el agua inmóvil
que se parece al filo de tu piel, cuando sopla
sobre ella el viento de mi desesperación.

Hubo una vez un hombre. Hubo una vez
una mujer vestida con tu cuerpo desnudo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos
de una mujer sellada por mi propia locura,
que tenía tus mismos labios, tus mismos ojos.

Pero de esa mujer no quedas sino tú
sin labios y sin ojos.
Para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo
y que nunca podré compartir con tu encanto,
porque estaré partiendo cada día de ti,
más lejos y más hondo en tu hermosura.

Tú llorarás a mares
tres negros días, ya pulverizada
por mi recuerdo, por mis ojos fijos
que te verán llorar detrás de las cortinas de tu alcoba,
sin inmutarse, como dos espinas,
porque la espina es la flor de la nada;
y me estarás llorando sin saber por qué lloras,
sin saber quién se ha ido:
si eres tú, si soy yo, si el abismo es un beso.

Todo será de golpe
como tu llanto encima de mi cara vacía.
Correrás por las calles. Me mirarás sin verme
en la espalda de todos los varones que marchan al trabajo.
Entrarás en los cines para oírme en la sombra del murmullo. Abrirás
la mampara estridente: allí estarán las mesas esperando mi risa
tan ronca como el vaso de cerveza, servido y desolado.

Quiero que aquí te acabes
con tu cuerpo dotado de pelaje divino
que se te salga el cuerpo por la espina del llanto.
Tu cuerpo, que era como la flor del movimiento.

Que te mueras de mí. Quiero que aquí te acabes
sin darte mi semilla.

Los cobardes

Me los sé de memoria. Tienen el pelo sucio
como los perros del arroyo.
Se sientan en su rabo con orgullo y molicie
a leer la palabra de Dios en las estrellas,
con la sarna en el lomo, y la paz en el alma.
Se sientan en el vómito de la pasión, y lloran
su cautiverio, y saben conversar de la muerte.

Los pervertidos por la música
lo saben todo, lo conversan todo,
tienen el pelo sucio, se lavan en el aire
de las revelaciones saqueadas a los muertos.
Se nutren de lo justo: su comida es un verbo
cuyo efecto conocen,
a través de la luna menstrual y la neblina.

Las palabras les crecen como pelos encima
de la lengua. Pero ellos ven a Dios en su charca,
y cultivan la ciega cicatriz de sus ojos
para arrobarse y encenderse.
Esperando una novia que les caiga del cielo,
pierden su cabellera,
reservan su inmundicia.
Aguardando el consuelo del gran día,
duermen en sus iglesias las ratas recelosas
que reinan en el hoyo
en que cabe el reflejo
del mundo corrompido.

No ven el mundo. Acechan
con la nariz el hoyo de las cosas. Rehuyen
la visión clara, el ritmo violento del deseo.
Multiplican por tres la realidad del día,
porque la Trinidad ha trizado sus ojos.
Juzgan ciegos a todos. Su lengua es el murmullo,
y lloran a torrentes
los pervertidos por la música,
cuando un aire, una aguja
los desgarra un instante.
Reclaman la presencia de su Dios. Los vecinos
traen flores. Se encogen como un trapo
para morir de nuevo.

Lo prostituyen todo
con su ánimo gastado en circunloquios.
Lo explican todo. Monologan
como máquinas llenas de aceite.
Lo manchan todo con su baba metafísica.

Yo los quisiera ver en los mares del sur
una noche de viento real, con la cabeza
vaciada en frío, oliendo
la soledad del mundo,
sin luna,
sin explicación posible,
fumando en el terror del desamparo.

Yo los quisiera oír respirar, perseguidos
por la justicia, entre los árboles
en que silban las balas
como víboras.
Los quisiera sentir adentro del pantano,
sin mancharse una hoja:
abrir la tierra hundidos hasta el vientre,
dormir en el desierto con el hambre,
sin saber quién será el sobreviviente.

Los cojos y los mancos, los que han perdido parte
de sí mismos llorando, mientras comen, los míseros
hermafroditas del olfato,
comulgan con la luna,
lloran en los conciertos,
se marean nadando en una brisa.
Oyen su propia voz cuando conversan. Se masturban
con la idea carnívora
del placer regalado.

Yo los quisiera ver
como mineros pobres
un minuto.
Serían divididos por tres, y triturados
por el aire, y el sol, y la marea.
Serían rechazados por los pájaros
como excrementos en las rocas.
No podrían ponerse a conversar
con tanta lengua afuera.

Todos éstos que hablan
y me vienen a ver, como perros a su amo,
me están robando el tiempo
con su hastío.

En las noches,
cuando los oigo
rondar como libélulas,
me digo:
¿Morirán alguna vez
los asquerosos decadentes?
¿O serán los testigos de todas las caídas?
¿O serán animales sin testículos
que presumen de dioses?
¿O serán necesarios como cizaña y trigo?

Reclamo los castigos que conozco
para el deleite de su gusto
de pordioseros.

Siempre el trigo
derrota a los cobardes.

Un acto
del hombre
sopla más fuerte que el verbo divino
sobre las aguas de la muerte.

Me han condenado a ser su pesadilla,
porque yo soy la voz del mundo
que estalla dentro de las cosas,
cuando ellos se reúnen
a discutir sobre la eternidad
como ratas
de iglesia.

La sangre

Me pasa que estoy lleno, que ya no puedo más de oler el mundo,
que me ciega la ira de tanto estar en vela,
que me confundo, que vacilo,
que no resuelvo nada con sufrir las visiones de la muerte,
con gozar de la carne que exalta mi apetito,
con trastornarme solo.

Allí donde no puedo ya más con mi persona,
la desesperación me saca de mi mismo,
y empiezo a ser la boca de la sangre.

Oidme: soy la boca de la sangre
cuando me sale un chorro caliente por mi boca,
cuando me sale el único tesoro
que tengo, por la boca,
como una herida abierta
de cinco mil kilómetros de largo, porque soy mi sangre enfurecida,
condenada a la tisis y al alcohol en la puerta de la mina, y al hambre
del arrabal, y a un poco de amor para que nazcan mis hijos entre espinas.

Pero, oidme: jamás me matarán del todo
ni el llanto ni el tormento,
ni podrán impedirme que corra y me derrame
por la noche y el día, ni me podrán huir,
ni me podrán sellar bajo los cementerios,
porque de allí saldré multiplicado
como el vino que cae sobre todas las bocas.

Poned, poned la boca para que os caiga adentro, para que os fortifique,
porque soy yo el flujo y el reflujo
que arruina o que levanta la cabeza del hombre.

Yo soy la maldición del tibio que prefiere las cenizas al fuego.
Yo soy el terremoto que echa abajo la casa del esclavo. Yo soy
un hombre, como todos, que no enmudece nunca,
porque tengo raíces más hondas que la muerte, y hablaré mientras viva
por este inmenso chorro que vale más que todas las palabras.

Y si cortan mi lengua
todo lo inundaré con mi torrente rojo:
la tristeza, la duda,
la tolerancia, el miedo, la agonía
de los blandos que mueren en colchones de pluma,
sin haber conocido la tierra que mancharon,
sin saber combatido con la naturaleza
que hace hombres a los hombres, y polvo a los gusanos.

Me refiero a los blandos herederos del vicio,
ahogados por la envidia y por la gula,
glotones, trasnochados, abúlicos, perversos,
cuyo padre es el ocio, cuya madre es la grasa.

Y si revientan todos,
mía será la voz, la voz interminable,
aunque los Corredores de la Bolsa se sientan aludidos, y lloren
al ver que el color rojo destruye para siempre al amarillo,
y las rameras ricas enloquezcan de cólera
cuando vean sus túnicas manchadas por mi sangre.

Y aunque los invertidos me pidan de rodillas
piedad para sus mórbidos problemas,
y los viejos y viejas que se quieren salvar al borde del sepulcro
me ofrezcan su fortuna por mi salud espléndida,
mía será la voz, la voz interminable,
y aunque sea maldito,
soy, he sido, y seré
la sangre torrencial que sale de mi boca
que es la verdad del hombre, la lluvia torrencial
que hace crecer el trigo
para todos, y nunca, ya nunca volveré
a decir que estoy lleno, que ya no puedo más de oler el mundo,
que me ciega la ira: de tanto estar en vela,
que me confundo, que vacilo,
que no resuelvo nada con sufrir las visiones de la muerte,
con gozar de la carne que exalta mi apetito,
con trastornarme solo.

La lepra

Todavía recuerdo mi clase de Retórica.
Ceremonia del Juicio Final. Un gran silencio
hasta que el Profesor irrumpía: "Sentaos".
"Os traigo carne fresca". Y vaciaba un paquete
de algo blando y viscoso
envuelto en diarios viejos como un pescado crudo,
sobre la mesa en que él oficiaba su misa.

"Capítulo Primero". "El estilo del hombre
corresponde a un defecto de su lengua". Y mostraba
una lengua comida por moscas de ataúd
para ilustrar su tesis con la luz del ejemplo.

"Mirad: la lengua inglesa no es la lengua española"
"Aquí tengo la lengua de Cervantes. Su forma
de espada no coincide
con el hueco del paladar". El Profesor hablaba
de condiciones, rasgos, influencias,
metáforas, estrofas. Y cada afirmación
era probada por la Crítica.

Ahora bien, los puntos de vista de la Crítica
-pobres cuencas vacías-
eran toda esa carne palpitante
saqueada a los distintos cementerios:
lenguas, dientes, narices, pulmones, vientres, manos
que un día fueron órganos de los grandes autores,
hoy tumores malignos servidos en bandejas
por profesores-asnos a discípulos-asnos
adentro de una sala-alcantarilla.

Donceles y doncellas extasiados
copiaban en "papeles" todas las proporciones
de una obra maestra: las leyes de la lírica.
la épica y dramática, causas y consecuencias,
la decadencia, el desarrollo
de las literaturas.

Ante tal entusiasmo,
el olor de los restos de los grandes autores
se mezclaba al olor de esos bellos difuntos
sentados en la silla de su propio excremento,
y una sola corriente de inmundicia era el aire,
mientras la admiración llegaba al desenfreno
cuando ese Profesor: "Si aprendéis -nos decía-
los requisitos de la creación,
seréis fieros rivales de Goethe, y superiores".

Y cerraba su clase.
Guardaba todos los despojos nauseabundos
en su paquete, y con la frente en alto,
coronado en laurel por su buen éxito
nos volvía la espalda como un Dios del Olimpo
que regresa a su concha.

Todavía recuerdo mi clase de Retórica
en que la vida y la belleza
eran un plato de carne podrida.

Yo tuve que cortarme la lengua en la raíz
para librarme de la lepra.

Fábula moderna

La Vaca Racional tiene los ojos de la envidia,
el cuerpo de una bella mujer, y por su baba
se expresa la miseria de los hombres.

Si, por fortuna, un día, nace el Árbol que viene al mundo libre,
distinto de los árboles que lloran su esclavitud en el paisaje,
y florece, y da fruto -natural testimonio de la naturaleza-,
la Vaca Racional palidece y murmura.

Y convoca a los puercos en su alcoba:
"Este Árbol no es un Árbol, les dice. No da flores ni frutos.
Este Árbol es un animal sanguinario
que no existe en el aire ni en la tierra.
Es un error visual, causado por el miedo de la noche.
No disfrutéis su sombra. No respiréis su oxígeno".

Pero el Árbol existe. Trabaja para todos. Los alimenta a todos.
Es capaz de morirse cada día por salvar a los otros de la muerte.
Por darle aire a los muertos, es capaz de vestirse de locura.

Lo que la Vaca Racional no podrá perdonarle
es el misterio que está inscrito en cada una de sus hojas,
donde pueden leer solamente los pájaros.

Ella vive esperando que un rayo parta el brillo de su copa,
pero el rayo es el alma de este cuerpo.
Vive afilando su hacha y la arroja de frente o de perfil
sobre la piel del Árbol. Pero el filo es un beso en su mejilla.

Entonces, se alza lívida de cólera. De cólera de histeria:
-"Este Árbol es un árbol,
es hijo de otros árboles, pero es un enemigo
de los árboles. Quiere encadenarlos al suplicio de la tierra.
Ya sabéis que he intentado arrancar sus raíces y volcarlo,
y convertirlo en barco, en casa o ataúd. ¿Por qué los otros árboles
son seres serviciales y prudentes, con que se labran sillas y ventanas
para mirar el mar, y cantan en silencio la humedad de su congoja?"

-"Vedlo ahí. Le hemos dado la lluvia y el verano suficientes
para su crecimiento, y se ha burlado de nosotros
usando sus pulmones para sembrar la alarma en los esclavos"

-"Vedlo ahí como un rey cuyo trono fuera el viento
haciendo oir su voz, llevando el remolino
al corazón de todos los que fueron un día mis lirios predilectos".

-"Vedlo ahí, vomitando su fuego por las hojas.
¿Qué hacer para evitar a nuestras hijas la posesión y el arrebato,
la tiranía de este cuerpo invulnerable
a la vida y la muerte?"

Ya presa de su celo y su locura, la Vaca Racional
congrega a sus amantes y vecinos, y decide la suerte
de ese Enemigo que prefiere la posesión de la tierra
a dormir en la alcoba de sus vicios manchada:

-"Bello es el Árbol. Nunca he visto tan singular belleza
en el corte del aire. Tan divina Apostura.
Sin embargo, sus hojas no son originales, pues ellas me recuerdan
la alta filosofía
de los árboles griegos y alemanes.
El porte de sus pétalos tiene el color de los arbustos de Oriente.
Veo que por su savia discurre la corriente de los árboles clásicos,
de los árboles del Renacimiento,
veo en su esencia el bosque caballeresco y mágico;
en su médula veo la luz desesperada de los suicidas lengua afuera,
en su corteza el adjetivo arrugado por el fuego.

Como veis, yo tenía mis razones:
este Árbol no es un árbol. Es una suma de influencias
de soles y de lunas, como un día cualquiera,
y por lo tanto su raíz es una amarra en el vacío".

-"Vamos a su montaña, y le diremos lo que pensamos de su orgullo".

La venganza en los labios
-la fruición de lo débiles-,
a la luz de la luna
toda una caravana subía por el monte.

Todos iban felices,
dispuestos a matar a Pedradas el Árbol.

Primero iban los sordos, después los ciegos y los mudos.
Después iban los frailes. Luego las poetisas, es decir, las rameras.
La lista interminable de los hermafroditas de cine y de café.
Atrás iban las viejas que hacen versos, los periodistas amarillos.
Por último, los médicos, los profesores y abogados,
es decir, los comerciantes de este mundo y el otro.
Todos iban cojeando, y despedían una especie de baba por la cola.

Cuando llegaron a la cumbre,
donde el Árbol vivía y respiraba como siempre,
se quedaron inmóviles ante la dignidad de su hermosura.

-"Que hable la Vaca Racional, Nuestra Madre, clamaba el auditorio".
Sentáronse en las Piedras y aguardaron en vano el manantial de su elocuencia.

Y murmuraban:
-"¿Es posible que Nuestra Madre nos haya abandonado?"
-¿Tú la has visto a lo largo del cortejo?"
-¿Por qué calla?"
¿Habrá muerto de vejez, o de miedo?"
-"No. Parecía joven y fuerte, como el Árbol".

Entonces vino el Viento
y le dijo: "Volved
vuestros ojos adentro de vosotros.
Cese todo el escándalo. Mirad.
Ya duerme vuestra madre su muerte merecida.
Os la robé en mis alas, y la colgué de su maldita lengua
de Madrastra del Mundo".

De repente,
alguien vio que una sábana -mitad aparición y mitad túnica-
pendía de una rama bajo el viento.

Era el cuerpo, ahorcado por la lengua,
de una mujer hermosa.

Pronto la abrieron y la hallaron
tan horrible y monstruosa
que todos los presentes vomitaron hasta el último pelo de sus vísceras
pues lo que no era llaga
eran moscas pegadas a las llagas.
Escrito con su pus, se leía en su frente:
-"Arrojad mi cadáver a los perros del asco.
Yo fui la Perversión y la Mentira".

No hubo temblor. Ni se partía el cielo.
De pronto salió el sol por la copa del Árbol.
Pudo verse un instante que el Árbol era un hombre
y que la concurrencia sólo eran sus ideas,
porque no había nadie en la montaña
sino las últimas estrellas
y el aire era una inmensa pesadilla.

Drama pasional

Oh criminal, no mires las estrellas intactas del verano.
No me ocultes tu rostro con el velo del mármol transparente.
No me niegues que todo lo previste y planeaste como un cuadro difícil.
Yo sé que anoche tú disparaste dos tiros de revólver
contra tu prometida, y pusiste la boca del cañón en tu boca.

A un metro de tu amor, dormiste apenas un segundo en la calle.
Esas fueron tus bodas. Ese tu lecho, y ésa tu mortaja.
El pavimento fué la sola almohada
para tu sien maldita,
oh príncipe nostálgico, que buscabas tu reino en la pintura.
A un paso de tu amor, el vecindario se divertía a costa e tu muerte.

Ese cuadro de cuerpos destrozados fue tu obra maestra
por la composición y el colorido de las líneas profundas.
Yo no puedo mirarlo, pero lo llevo como una llaga en mis pupilas,
como una aparición de la nada concreta convertida en origen.
Tu vida fué este lienzo firmado con el nombre de tu sangre.

Así te oigo partir, y desprenderte de mi órbita terrestre,
con el procedimiento de un cuerpo equivocado que se lanza al vacío,
sobre el viento del éxtasis, con el cuerpo solar de su novia en los brazos,
fuera del movimiento y del encanto de las nubes ilusorias.
Me pongo en pie para decirte adiós tras las corrientes siderales.

Las mujeres vacías

Pasan el día pintando otro cuerpo
sobre su cuerpo, sudan
pintura con partículas de sangre
mezclada a su belleza.

Menos que meretrices, más que vacas,
merecen un establo
donde haya cien corridas de mujeres
en cuatro patas, con las ubres sueltas.

Estas fueron las bellas de otros días,
las que engañaron y mintieron
con sus hoyos tapados por la mugre
de la inocencia a precio de oro.

Abortaron en carne y en espíritu,
por la orina y el vómito,
por la boca, el ombligo, las orejas.
Se les salía todo, menos algo.

Menos ese vacío que era todo:
el ocio delicado,
la sonrisa mordida por el vicio,
el cráter del perfume de sus piernas.

De un millar de doncellas acostadas,
hay quinientas vacías
que viven el honor de las preñadas
por el hombre o el sol del sacrificio.

La mujer ha de estar llena de cosas
como la misma tierra,
por el trabajo o el amor, guardando
las pasiones del hombre.

Pero el mundo está lleno de mujeres vacías,
después y antes del parto,
y la muerte es también una mujer vacía.
Escupamos su rostro y su recuerdo.

Uno escribe en el viento

Que por qué, que hasta cuándo, que si voy a dormir noventa meses,
que moriré sin obra, que el mar se habrá perdido.
Pero yo soy el mar, y no me llamo arruga
ni volumen de nada.

Crezco y crezco en el árbol que va a volar. No hay libro
para escribir el sol. ¿Y la sangre? Trabajo
será que me encuadernen el animal. Poeta
de un tiro: justiciero.

Me acuerdo, tú te acuerdas, todos nos acordamos
de la galaxia ciega desde donde vinimos
con esta luz tan pobre a ver el mundo.
Vinimos, y eso es todo.

Tanto para eso, madre, pero entramos llorando,
pero entramos llorando al laberinto
como si nos cortaran el origen. Después
el carácter, la guerra.

El ojo no podría ver el sol
si él mismo no lo fuera. Cosmonautas, avisen
si es verdad esa estrella, o es también escritura
de la farsa.

Uno escribe en el viento: ¿para qué las palabras?
Árbol, árbol oscuro. El mar arroja lejos
los pescados muertos. Que lean a los otros.
A mí con mis raíces.

Con mi pueblo de pobres. Me imagino a mi padre
colgado de mis pies y a mi abuelo colgado
de los pies de mi padre. Porque el minero es uno,
y además venceremos.

Venceremos. El mundo se hace con sangre. Iremos
con las tablas al hombro. Y el fusil. Una casa
para América hermosa. Una casa, una casa.
Todos somos obreros.

América es la casa: ¿dónde la nebulosa?
Me doy vueltas y vueltas en mi viejo individuo
para nacer. Ni estrella ni madre que me alumbre
lúgubremente solo.

Mortal, mortuorio río. Pasa y pasa el color,
sangra y sangra mi pueblo, corre y corre el sentido.
Pero el dinero pudre con su peste las aguas.
Cambiar, cambiar el mundo.

O dormir en el átomo que hará saltar el aire en cien mil víboras
cráter de las ciudades bellamente viciosas.
Cementerio volante: ¿dónde la realidad?
Hubo una vez un niño.

1960



De Contra la muerte, 1964.




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