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3/29/2009

THOMAS DYLAN SU POESIA PARTE 1

N 0 T A

El prólogo en verso, escrito para esta edición de poemas completos, fue pensado como una guía para mis lectores, esos extraños.

Este libro contiene la mayoría de los poemas que he escrito y todos los que hasta el presente año deseo conservar. He corregido un poco algunos de ellos pero si hubiese continuado revisando todo lo que ahora no me gusta de este libro, hubiera estado tan ocupado que no me habría quedado tiempo para intentar escribir nuevos poemas.

Leí una vez algo sobre un pastor que cuando le preguntaron por que cumplía ciertos ritos, en un circulo de hongos, relacionados con la luna, para proteger sus rebaños, él contestó: "Sería un condenado tonto si no lo hiciera". Estos poemas con todas sus crudezas, sus dudas y confusiones están escritos por amor al Hombre y en alabanza de Dios, y yo sería un condenado tonto si ello no fuera así.

D. T.

Noviembre, 1952.


PROLOGO DEL AUTOR

Este día que hoy devana ante Dios

el fin del verano apresurado

en el torrente del sol color salmón,

en mi casa que los mares sacuden

sobre un despeñadero

enredada entre fruta y gorjeos,

espuma, flauta, aleta y pluma,

ante la pezuña danzarina de un bosque

junto a las arenas espumosas con estrellas marinas

cruzadas por vendedoras de pescado

por flautistas y velas, coquillas y gaviotas,

y afuera el cuervo negro,

hombres con avíos de nubes

que se hincan ante los nidos del crepúsculo,

muchachos que tajean a los gansos

cercanos en el cielo,

y garzas, caracolas

que hablan los siete mares,

aguas eternas, lejos de las ciudades

con noches de nueve días

cuyas torres se enredaran

en el viento piadoso

como estacas de paja alta y seca,

ante la pobre paz yo canto

para vosotros, extranjeros,

(aunque la canción sea un acto

encrespado y ardiente,

con el fuego de los pájaros

en el bosque giratorio del mundo

por mis sonidos salpicados y dispersos

fuera de estas hojas con pulgares de mar

que han de echarse a volar para caer

como las hojas de los árboles, tan pronto

como se desmoronen sin morirse,

al entrar en la noche sofocante.

Guardián del mar, el salmón sorbe los deslices del sol

y los cisnes mudos amoratan

mi penumbra que roció la bahía mientras yo acuchillo

a este alboroto de las formas,

para que sepas tú como yo, un hombre giratorio

reverencio también a la estrella y al pájaro estruendoso,

al mar nacido y al hombre desgarrado y a la sangre bendita.

Oye: en este sitio soplo la trompeta

desde el pez hasta el cerro saltarín.

Mira: construyo mi barca que desciende

hasta lo mas alto de mi amor

cuando el diluvio empieza

fuera del manantial del miedo, de la candente ira del hombre que está vivo,

fluido y montañoso brota

sobre las granjas vacías blanco-oveja

que duermen heridas por el sueño

hacia Gales en mis brazos.

¡Oh, guárdate en un castillo

tu, rey de las tonadas de los búhos,

que iluminas de luna las carreras aladas

y zambulles al ciervo muerto

envuelto en pieles de cañada!

¡Hola, en armaduras plúmbeas

oh mi anillada paloma torcaz

en la ululante oscuridad cercana

con la corneja reverente de Gales,

arrulla la alabanza de los bosques

la que aluna sus notas azules desde el nido

hasta la grey de pájaros acuáticos!

¡Alto, cofradía festiva,

ágape, con el pesar en vuestros picos

sobre los cabos parloteantes!

¡Ay a caballo del cerro

la veloz liebre macho!

que oye en esta luz de zorro

el estruendo del diluvio en mi barca

mientras rompo y destruyo

(un choque de yunques

para mi alboroto y mi violín

esta tonada sobre un hongo esponjoso)

todo menos los animales gruesos como ladrones

sobre las rudas y confusas tierras del Señor

(¡Salud a la raza de Sus bestias!)

¡las bestias que duermen flacas y bondadosas,

chito, en los bosques que abultan como cerdos!

¡Cloquean las huecas granjas de las parvas

y se aferran al tropel de las aguas!

Oh, el reino de vecinos aleteante

caído y desplumado, destella en mi barca remendada

y la luz de la luna se bebió a Noé en la bahía

con pellejo y escamas y vellones;

solo las ahogadas campanas profundas

de ovejas y de iglesias

resuenan por la pobre paz cuando el sol cae

y las tinieblas cubren todos los campos benditos.

¡Cabalgaremos solitarios y entonces

bajo las estrellas de Gales

han de llorar multitudes de barcas!

A través de las tierras con párpados acuáticos,

guarecidas con sus amores

ellas irán de una colina a otra

como boscosas islas.

¡Hola, mi paloma de proa con su flauta!

¡Salve, viejo zorro con tus patas de mar,

picaflor y jilguero!

Mi barca canta al sol

al final del verano por Dios apresurado

y el diluvio comienza a florecer.


VEO A LOS MUCHACHOS DEL VERANO

I

Veo a los muchachos del verano en su ruina

convertir en eriales los dorados rastrojos,

desdeñar las cosechas y congelar los suelos;

y allí, en su ardor, el invernal diluvio

de amores escarchados, persiguen a las niñas,

y echan en sus mareas los sacos de manzanas.

Los muchachos de luz en su locura, coagulan lo que tocan,

agrian la miel hirviente;

hurguetean los muñecos de escarcha en las colmenas;

allí en el sol, frígidas hebras

de oscuridad y duda, ellos nutren sus nervios

y el signo de la luna, nada es en sus vacíos.

Veo a los muchachos del verano en el vientre materno

rasgar hacia la luz la atmósfera del útero,

dividir noche y día con pulgares de duende;

allí, desde lo hondo, con sombras seccionadas

de sol y luna ellos pintan sus dársenas

mientras les pinta el sol los cascos de la frente.

Sé que de estos muchachos han de surgir hombres de nada

hechos por la transformación de las semillas,

o han de lisiar el aire saltando de sus llamas,

desde sus corazones, cuando el pulso candente

del amor y la luz estalle en sus gargantas.

Oh, ved el pulso del verano en el hielo.

II

Pero las estaciones deben ser desafiadas o se tambalearán

en algún cuarto de hora repicante

donde, como una puntual muerte hacemos tintinear las estrellas;

esa noche en que el invierno soñoliento

les tira de la negra lengua a las campanas

y no se atreven a chistar siquiera

los vientos de la luna y de la medianoche.

Somos los oscuros negadores, exorcicemos a la muerte

en la mujer colmada de verano,

arrojemos la vida musculosa de los amantes que se crispan,

y de los muertos limpios que hace fluir el mar

echemos al gusano de ojos brillantes en la linterna de Davy,

y del vientre preñado quitemos el muñeco de paja.

Nosotros, muchachos del verano en esta red de cuatro vientos,

verdes por el hierro de las algas,

levantemos al bullicioso mar y arrojemos sus pájaros,

alcemos la bola del mundo llena de olas y espuma

para ahogar los desiertos con sus mareas

y trenzar los jardines del condado.

En primavera ornamentamos nuestra frente.

Vivan las bayas y la sangre,

y crucificamos a los alegres señores en los árboles;

Aquí el húmedo músculo del amor se aja y muere,

aquí estalla un beso en una cantera sin amor,

Oh ved en los muchachos los polos de la promesa.

III

Yo os veo, muchachos del verano, en vuestra ruina.

El hombre en el desierto de su larva.

Y los muchachos son plenos y ajenos en la bolsa.

Soy el hombre que vuestro padre fue.

Somos hijos del pedernal y de la brea.

Oh, ved cómo se besan los polos que se cruzan.


CUANDO DE PRONTO LOS CERROJOS DEL CREPÚSCULO

Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo

ya no encerraron el largo gusano de mi dedo

ni maldijeron al mar enroscado en mi puño,

la boca del tiempo sorbió como una esponja

el ácido lechoso en cada gozne

y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.

Cuando el mar de galaxia fue sorbido

y liberado todo el lecho seco del mar,

envié a mi criatura para explorar el globo,

el mismo globo de pelos y osamenta

que cosido a mí mismo por mi mente y mis nervios,

mi frasco de materia ligara a su costilla.

Mis fusibles calcularon el tiempo para impulsar su corazón,

él estalló, hecho polvo, hacia la luz

y celebró con el sol un pequeño sabático,

pero cuando los astros asumiendo su forma

dibujaron las briznas del sueño en sus ojos,

ahogó dentro de un sueño las magias de su padre.

Todo surgió armado de la tumba

el cáncer pelirrojo, vivo aún,

los ojos velados de cataratas con sus turbios tejidos;

algunos muertos deshicieron sus quijadas tupidas,

y hubo bolsas de sangre que soltaron sus moscas;

él supo de memoria el sendero de cruces funerarias.

El sueño navega las mareas del tiempo;

el áspero sargazo de la tumba

entrega a sus muertos en este mar tan laborioso;

y el sueño mudo rueda por los lechos

donde las sombras comen el alimento de los peces

y a través de las flores, emergen hacia el cielo.

Cuando de pronto giraron las tuercas del crepúsculo,

y la leche materna fue dura como arena,

envié a mi propio embajador hacia la luz;

por truco o por azar él se durmió

y por arte de magia se armó de una osamenta

para robarme los fluidos en su corazón.

Despierta, mi durmiente, hacia el sol,

trabajador en la mañana pueblerina

y deja a este soñoliento en el sitio en que yace;

han caído los cercos de la luz,

sólo quedan en pie los jinetes más diestros,

y hay mundos que cuelgan de los árboles.


UN CAMBIO EN LOS CLIMAS DEL CORAZÓN

Un cambio en los climas del corazón

vuelve seco lo húmedo, la bala de oro estalla

sobre la tumba helada.

Un clima en la comarca de las venas

cambia la noche en día; la sangre entre sus soles

ilumina al viviente gusano.

Un cambio en el ojo advierte a tiempo

la ceguera hasta el hueso; y el útero incorpora

una muerte mientras surge la vida.

Una sombra en el clima del ojo

es a medias su luz; el mar sondeado irrumpe

sobre una tierra sin arpones.

La semilla que del lomo hace una selva

divide en dos su fruto; y la mitad se escurre

lenta en un viento dormido.

Un clima en la carne y el hueso

es seca y húmeda; el viviente y el muerto

se mueven como espectros ante el ojo.

Un cambio en el clima del mundo

vuelve espectro al espectro; y cada niño dentro su madre

se repliega en su doble de sombra.

Un cambio echa la luna dentro del sol,

tira de las ajadas cortinas de la piel;

y el corazón entrega a sus muertos.


ANTES QUE LLAMARA

Antes que llamara y la carne me abriese,

que mis líquidas manos golpearan en el vientre,

yo, que era entonces informe como el agua

que formaba el Jordán junto a mi casa

era hermano de la hija de Mnetha

y hermana del gusano que gestaba la vida.

Yo que era sordo ante la primavera y el verano,

que no sabía los nombres de la luna y el sol,

ya sentía el latido bajo la armadura de mi carne,

aunque existía sólo en forma de infusorio,

veía las plomizas estrellas, el martillo lluvioso

que mi padre balanceaba en su cúpula.

Conocía el mensaje del invierno,

los dardos del granizo y la nieve pueril

y el viento era mi hermana pretendiente;

en mí saltaba el viento, el rocío infernal;

y mis venas fluían con los climas de oriente;

antes que me engendraran supe el día y la noche.

Antes que me engendraran ya por cierto sufría;

el potro de tortura de los sueños

enroscaba mi osamenta de lirio

en una cifra viva,

la carne era cortada para cruzar los bordes

de las horcas en cruces sobre el hígado

y las zarzas de los cerebros estrujados.

Mi garganta conocía la sed antes de la estructura

de vena y piel alrededor del pozo

donde palabras y agua se entremezclan

sin pausa alguna, hasta pudrir la sangre,

mi corazón conocía el amor, mi vientre el hambre;

al gusano yo olía entre mis propias heces.

Después el tiempo envió a mi mortal criatura

a derivar o ahogarse en los océanos

habituados a la aventura de la sal

en las mareas que jamás tocan las orillas.

Yo que era rico, me hice más rico aún

sorbiendo poco a poco el vino de los días.

Nacido del espectro y la carne, no era espectro

ni hombre, sino espectro mortal.

Y luego me abatió la pluma de la muerte.

Fui mortal hasta el último suspiro prolongado

que llevó hacia mi padre

el mensaje de su agónico cristo.

Tú que te inclinas en la cruz y el altar

acuérdate de mí y apiádate de Aquel

que mi carne y mi sangre tomó por armadura

y llegó a traicionar el vientre de mi madre.


LA FUERZA QUE POR EL VERDE TALLO IMPULSA A LA FLOR

La fuerza que por el verde tallo impulsa a la flor

impulsa mis verdes años; la que marchita la raíz del árbol

es la que me destruye.

Y yo estoy mudo para decirle a la encorvada rosa

que la misma fiebre invernal dobla mi juventud.

La fuerza que impulsa el agua entre las rocas

impulsa mi roja sangre; la que seca los arroyos parlantes

vuelve cera los míos.

Y yo estoy mudo para contarle a mis venas

cómo la misma boca bebe del manantial de la montaña.

La mano que arremolina el agua del estanque

remueve las arenas; la que amarra las ráfagas del viento

iza mi vela de sudario.

Y yo estoy mudo para decirle al ahorcado

que el barro del verdugo está hecho de mi arcilla.

Los labios del tiempo sorben del manantial;

el amor gotea y se acumula, mas la sangre vertida

calmará sus pesares.

Y yo estoy mudo para decirle al viento en la intemperie

cómo ha trazado el tiempo un cielo entre los astros.

Y yo estoy mudo para decirle a la tumba de la amada

que en mi sábana avanza encorvado el mismo gusano.


MI HÉROE DESNUDA SUS NERVIOS

Mi héroe desnuda sus nervios a lo largo de mi cintura

que rige de la cintura hasta los hombros,

desenvuelve la cabeza que, como un fantasma soñoliento,

se apoya en mi mortal regidor,

el espinazo altivo que desprecia los giros y torsiones.

Y estos pobres nervios tan atados al cráneo

duelen sobre el papel abandonado por su amante

yo me abrazo al amor con mi garabateo revoltoso

que gime todo el hambre de amor

y le cuenta a la página su vacío infortunio.

Mi héroe desnuda mi costado y ve a su corazón

que marcha como Venus desnuda

por la playa de carne y enrosca su ensangrentado pliegue;

al despojar mis lomos de promesas

promete cierto calor secreto.

Él sostiene los cables de esta caja de nervios

alabando el error mortal

del nacimiento y de la muerte, esas dos tristes sotas de ladrones.

y el hambre es emperador;

tira él de la cadena, la cisterna se agita.


DONDE UNA VEZ LAS AGUAS DE TU ROSTRO

Donde una vez las aguas de tu rostro

giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu áspero fantasma,

los muertos alzan la mirada;

donde un día asomaron el pelo los tritones

a través de tu hielo, el viento áspero navega

por la sal, la raíz, las huevas de los peces.

Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura

en el cordón de la marea, allí camina ahora

el vegetal destejedor,

con tijeras filosas, empuñando el cuchillo

para cortar los canales en su origen

y derribar los frutos empapados.

Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo

irrumpen en las camas galantes de las algas;

el alga del amor se vuelve mustia;

allí en torno a tus piedras

sombras de niños van, que desde su vacío

lloran ante el mar colmado de delfines.

Secos como la tumba, tus coloreados párpados

no serán aherrojados mientras la magia se deslice

sabia sobre el cielo y la tierra;

habrá corales en tus lechos,

habrá serpientes en tus mareas,

hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.


SI ME HICIERA COSQUILLAS EL ROCE DEL AMOR

Si me hiciera cosquillas el roce del amor

si una niña tramposa me robara a su lado

y horadase sus pajas rompiendo mi vendado corazón,

si ese rojo escozor pudiera dar a luz

la risa en mis pulmones como pare el ganado,

no temería yo a la manzana ni al diluvio

ni a la sangre maligna de la primavera.

¿Qué será, macho o hembra? se preguntan las células

y como un fuego arrojan desde la carne la ciruela.

Si me hiciera cosquillas la cabellera incubadora,

el hueso alado que crece en los talones,

la comezón del hombre sobre el muslo del niño,

no temería al hacha ni a las horcas

ni a la varas cruzadas de la guerra.

¿Qué será, macho o hembra? se preguntan los dedos

que llenan las paredes de niñas inmaduras

con sus hombres dibujados a tiza.

Si me hiciera cosquillas la avidez del granuja

que insufla su calor al nervio en carne viva

no temería al diablo sobre el lomo

ni a la tumba veraz.

Si me hiciera cosquillas el roce de los amantes

que no borra ni las patas de gallo ni la risa sin dientes

sobre magras quijadas en la vejez enferma,

el tiempo y las ladillas y el burdel de amoríos

me dejaría frío como manteca para moscas,

las espumas del mar bien podrían ahogarme

cuando rompen y mueren al pie de los amantes.

La mitad de este mundo es del demonio, la otra mitad es mía,

bobo por esa droga fumada en una niña

y enredado en el brote que bifurca su ojo.

La tibia del anciano y mi hueso tienen la misma médula

y todos los arenques huelen dentro del mar,

yo me siento y contemplo bajo mi uña al gusano

que corroe lo vivo.

Y éste es el roce, único roce que hormiguea.

El mono contrahecho que se hamaca a lo largo de su sexo

desde las húmedas tinieblas del amor y el tirón de la nodriza

no puede hacer surgir la medianoche de una risa entredientes,

ni del momento en que encuentra una belleza entre los pechos

de la amante, la madre, los amantes o toda su estatura

en la punzante oscuridad.

¿Y qué es el roce? ¿La pluma de la muerte sobre el nervio?

¿es tu boca, amor mío? ¿El abrojo en el beso?

¿Mi payaso de Cristo nacido sobre el árbol entre espinas?

Las palabras de la muerte son más secas aún que su mismo cadáver

y mis heridas llenas de palabras tienen las huellas de tu pelo.

Me haría cosquillas el roce del amor, pues bien:

hombre, sé mi metáfora.


NUESTROS SUEÑOS DE EUNUCO

I

Nuestros sueños de eunuco, sin semillas en la luz,

de luz y amor, los vaivenes del corazón,

castigan los miembros de sus hijos,

y amortajados su manto y su sábana,

acicalan a las novias oscuras, las viudas de la noche

presas entre sus brazos.

Las sombras de las niñas, con sudarios fragantes,

cuando se esconde el sol se apartan del gusano,

de los huesos del hombre, quebrados en sus lechos,

por nocturnas roldanas que vacían la tumba.

II

En ésta, nuestra época, el bandido y su hembra

fantasmas de una sola dimensión se aman sobre un carrete,

ajeno a la verdad de nuestros ojos,

y dicen engreídos sus naderías de media noche entre poses banales;

cuando paran las cámaras corren a su agujero

bajo el jardín del día.

Bailan entre nuestra calavera y sus linternas

imponen sus imágenes y echan fuera las noches;

miramos esa función de sombras que se besan o matan,

con fragancia de celuloide la mentira es amor.

III

¿Cuál es el mundo? ¿Cuál de nuestros dos modos de dormir

despertará cuando el bálsamo y su sarna

levanten esta tierra de ojos rojos?

Desatará las formas del día y sus aprestos,

los señores soleados, los ricachos galenses,

o impulsará a quienes se atavían en la noche.

La fotografía hizo sus bodas con el ojo,

y clavó en su pareja cáscaras fragmentarias de verdad;

el sueño ha sorbido desde su fe al durmiente

pues los amortajados se tornan médula en su vuelo.

IV

Este es el mundo: la engañosa semejanza

de nuestras trizas de materia que caen como harapos

desde los ademanes del amor y el rechazo;

el sueño que echa a los enterrados de su bolsa

venera a estos despojos tanto como a los vivos.

Este es el mundo. Tened fe.

Porque seremos como el gallo que grita

dispersando a los muertos; golpearán nuestras balas

la imagen de las planchas;

y dignos compañeros seremos de por vida,

y aquél que permanezca florecerá mientras ellos se aman,

gloria a nuestros errantes corazones.


SOBRE TODO CUANDO EL VIENTO DE OCTUBRE

Sobre todo cuando el viento de octubre

el pelo me castiga con sus dedos de escarcha,

preso en el sol exasperante, marcho ardiendo

y tiro hacia la tierra un cangrejo de sombra,

a la orilla del mar, cuando oigo el alboroto de los pájaros

y oigo la tos del cuervo en los bastones del invierno,

mi atareado corazón que mientras habla tiembla

vierte el silabeo de su sangre y agota sus palabras.

Encerrado también en una torre de palabras

trazo en el horizonte que anda como los árboles

las siluetas verbales de mujeres, y las filas de niños

con sus gestos de estrella sobre el parque.

Algunas me permiten crearte de las hayas colmadas de vocales,

otras de las voces del roble, o desde las raíces

de múltiples comarcas espinosas te cuentan sus memorias,

otras me permiten crearte con los sermones de las aguas.

Tras un tiesto de helechos, el reloj oscilante

pronuncia la palabra de la hora, el sentido del nervio,

vuela sobre el disco imantado, declama la mañana

y cuenta al huracán en la veleta.

Algunas me permiten crearte con los signos del prado;

la hierba señalera que me relata todo lo que sé

traspasa el ojo con el invierno lleno de gusanos.

Algunas me permiten contarte los pecados del cuervo.

Sobre todo cuando el viento de octubre

(algunas me permiten crearte de hechizos otoñales

la de lenguas de araña y la colina resonante de Gales)

castiga a la tierra con puños como nabos

algunas me permiten hacerte de las palabras sin corazón.

El corazón quedó agotado, balbuceando en los remolinos

de la química sangre, advertido de la furia que avanza.

A la orilla del mar oye a los pájaros sombreados de vocales.


CUANDO, COMO UNA TUMBA VELOZ

Cuando el tiempo te alcance, como una tumba veloz,

cuando tu calma y tu ternura sean una guadaña de cabellos

cuando el amor en su atavío se demore por la casa,

al subir por desnudas escaleras, paloma en coche fúnebre,

remolcada hacia el techo.

Cuando llegue el momento, como un sastre de acechantes tijeras,

entregadme que, tímido en mi tribu,

me hallo más desnudo de amor que la trampa del Cadáver

despojado de la lengua del zorro, su metro calibrado

a medida del hueso,

entregadme, maestros míos, cerebro y corazón,

el corazón de la vela del Cadáver se funde

cuando la sangre con manos como pala y el tiempo de la lógica

hacen surgir los niños a golpes de pulgar

de la doncella y el cerebro.

Porque con rostro endomingado y plumeros en el guante,

casto y cazador, hombre con vista de fusil,

yo, a quien la capa del tiempo o el abrigo del hielo

tal vez no logren apresar con un círculo virgen

en la tumba precisa,

ando con fuerza propia por la comarca del Cadáver

mis maestros machacadores del cerebro teclean en la piedra

la desesperación de la sangre, la fe en el barro de la doncella,

la alarma entre castrados y la mancha de ácido

en la horquilla y el rostro.

El tiempo es una tonta fantasía, tiempo y tonto.

No, no, tú calavera amante, el martillo descendente

desciende, oh mis maestros, sobre la honra traspasada.

Tú, calavera héroe, el Cadáver guardado

ordena que el bastón se quiebre.

El gozo no es una nación que llama, señor y señora,

ni la fusión del cáncer, ni la pluma del verano

encendida en el árbol abrazado, ni la cruz de la fiebre,

ni el alquitrán de la ciudad, ni el túnel horadado para nutrir al hombre

a través del asfalto.

Apago las velas en tu torre del techo

el goce es el llamado del polvo, la bala del Cadáver

del retoño de Adán tras su envoltura,

el amor es una patria con luces de crepúsculo y el cráneo del estado

señor, es tu propia condena.

Todo termina, se termina la torre

(abandona la casa de los vientos) y la oscilante escena,

la pelota de pie que depende del sol

(tu verano se esfuma) con la piel de cemento

y el final de la acción.

Todos, hombres, mis hombres dementes, el viento insalubre

contagia la tos del silbador, el tiempo en acecho

prepara una muerte de ceniza; el amor con sus tretas,

es el hambre gozoso del Cadáver, mientras vosotros alcanzáis

el mundo a prueba de besos.


DESDE LA PRIMERA FIEBRE DEL AMOR A SU INFORTUNIO

De la primera fiebre del amor a su infortunio, desde el tierno segundo

hasta el hueco minuto del vientre,

desde el primer atisbo hasta el tijeretazo umbilical

la edad del pecho y la época feliz del delantal cuando ninguna boca

se agitaba en torno al hambre suspendido,

y el mundo entero era uno solo, una nada ventosa,

bautizaron mi mundo en un fluir de leche.

Y la tierra y el cielo fueron un solo cerro al aire,

el sol y la luna derramaban una misma luz blanca.

Desde la primera huella del pie descalzo, desde la mano que se eleva

y la irrupción del pelo,

desde el primer secreto del corazón, el fantasma que advierte,

y hasta el primer asombro mudo ante la carne,

el sol fue rojo y la luna fue gris,

y la tierra y el cielo fueron cual dos montañas que se encuentran,

El cuerpo prosperó, los dientes en las encías meduladas,

los huesos que crecían, el murmullo del semen

dentro de la glándula santificada, la sangre bendijo al corazón,

y los cuatro vientos, que tanto tiempo soplaron al unísono

abrillantaron mis orejas con la luz del sonido,

llamaron en mis ojos con el sonido de la luz.

Y fue amarilla la multiplicación de las arenas,

cada grano dorado salpicaba la vida en su vecino,

verde era la casa cantarina.

La ciruela que mi madre arrancara maduró dulcemente,

el niño que dejara caer desde la oscuridad de su costado

hacia el regazo cavado de la luz, creció fuerte,

musculoso, enmarañado, atento a los gemidos del muslo

y a la voz que, como una voz de hambre,

arañaba en el sonido del viento y del sol.

Y desde el primer deterioro de la carne

yo aprendí el lenguaje del hombre para enroscar las formas del pensar

en el idioma pétreo del cerebro,

para llenar de sombras y tejer nuevamente la trama de palabras

dejada por los muertos que, en su césped sin luna,

no necesitan del calor de la palabra.

La raíz de las lenguas se termina en un cáncer exangüe,

no es más que un nombre que los gusanos hacen cruz.

Aprendí los verbos de la voluntad y supe mi secreto;

las claves de la noche golpearon en mi lengua;

donde antes había sólo una, hubo de pronto muchas mentes sonoras.

Un solo vientre, un solo espíritu vomitó la materia.

Un pecho amamantó al fruto de la fiebre,

aprendí la otra cara del cielo que divorcia,

el globo dos veces enmarcado que giraba;

un millón de cerebros alimentaron al retoño

que divide mis ojos;

la juventud, de veras se abrevió; las lágrimas de la primavera

se diluyeron en el verano y en las cien estaciones;

un sólo sol, un único maná, fue calor y alimento.


AL PRINCIPIO

Al principio era la estrella de tres puntas,

única sonrisa de luz a través de la cara vacía;

única rama de hueso a través del aire enraizado

la sustancia partida que fue la médula del sol primero;

y ardientes cifras en el curvo espacio

iban mezclando el cielo y el infierno en su ronda.

Al principio era la firma pálida,

trisílaba y estrellada como la sonrisa;

y vinieron después las huellas sobre el agua,

el sello de la cara acuñada en la luna;

la sangre que tocaba el árbol de la cruz y el cáliz

tocó la primera nube y en ella dejó un signo.

Al principio era el fuego ascendente

que encendía con una chispa las atmósferas,

chispa de ojos rojizos, chispa de triplicados ojos,

brusca como una flor;

se irguió la vida a chorros de los mares rodantes,

estalló en las raíces, arrancó de la tierra y la roca

los aceites secretos que impulsan la hierba.

Al principio era la palabra, la palabra

que de las sólidas bases de la luz

le sustrajo todas las letras al vacío;

y de las bases nubladas del aliento

la palabra fluyó, y al corazón tradujo

los primeros indicios de nacimiento y muerte.

Al principio era la mente secreta,

la mente estaba encarcelada y soldada al pensamiento

antes que la pendiente se bifurcara rumbo a un sol;

antes que las venas se sacudieran en sus cedazos

se disparó la sangre y esparció hacia los vientos de la luz

la costilla original del amor.


LA LUZ IRRUMPE DONDE NINGÚN SOL BRILLA

La luz irrumpe donde ningún sol brilla,
donde no se alza mar alguno, las aguas del corazón
impulsan sus mareas;

Y, como rotos fantasmas con tocas de luciérnagas
las cosas de la luz

desfilan por la carne, donde no hay carne alguna que atavíe los huesos.

Una vela en los muslos

calienta la juventud y el semen y quema la simiente de la edad;

donde ningún semen se agita,

el fruto del hombre se despliega en las estrellas,

lustroso como un higo;

donde no hay cera alguna, muestra su pábilo la vela.

El alba irrumpe atrás de los ojos;

desde ambos polos, cráneo y piel, la sangre tempestuosa

como un mar se desliza;

sin cercas ni vallados brotan los surtidores

del cielo hacia la vara

prediciendo en la sonrisa el óleo de las lágrimas.

La noche ronda en las órbitas,

como una luna de alquitrán, límite de los globos;

el día ilumina el hueso;

donde no hay frío alguno, el ciclón deshollador desata

las ropas del invierno;

la película de la primavera se cuelga de los párpados.

La luz irrumpe en solares ocultos,

En las crestas del pensamiento donde los pensamientos huelen en la lluvia,

cuando muere la lógica,

el secreto del suelo crece a través del ojo,

y la sangre al sol brinca

en terrenos baldíos donde el alba hace un alto.


ME HICE CAMARADA DEL SUEÑO

Me hice cantarada del sueño que besaba mi mente,
dejé caer la lágrima del tiempo; el ojo del durmiente
que se abría a la luz, giró hacia mí como una luna.
Así, con talones alados, volé a lo largo de mi cuerpo
y caí sobre el sueño y sobre el cielo en alto.

Escapé de la tierra y me trepé desnudo por la atmósfera,
llegué a un segundo suelo lejos de las estrellas;
y allí los dos lloramos, yo y otro ser fantasmal,
con ojos maternales sobre la cima de los árboles:
escapé de ese suelo, ágil como una pluma.

"El globo de mis padres llama en su eje y canta"

"Este lugar que andamos era también la tierra de tus padres"

"Pero esto que pisamos soporta las cuadrillas angélicas,

dulces son sus paternos rostros en las alas"

"Son sólo hombres que sueñan. Si tú soplas se esfuman".

Se esfumó así mi espectro compañero de maternales ojos,
mientras, flotando entre los ángeles yo me hallaba perdido
en la costa de nubes, entre las sombras parlantes de las tumbas;
impulsé hacia sus lechos a los hermanos soñadores
donde ellos aún duermen sin conocer a su fantasma.

Entonces, la materia de ese aire viviente

una voz dejó oír, y, trepando a las palabras,

deletreé mi visión con mano y pelo,

qué ligero el dormir sobre los suelos de esta estrella

qué profundo el velar en estas nubes como mundos.

Allí crece hacia el sol la escala de las horas

cada peldaño es pérdida, o amor hasta el final,

la sangre humana hostiga estos lerdos avances.

Un hombre, viejo y loco se trepa todavía a su fantasma

y es el fantasma de mis padres que trepa por la lluvia.

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